Fragmento del cuento “LA BALSA”
Vamos a construir una balsa (continuación de “Mi abuela Petrona”- la cuentera)
A principio de los años sesenta, en mi pueblo, típico de provincia, nunca había sido demasiado ciudad ni demasiado campo, comenzaban a vislumbrase cambios.
Era inminente la creación de la escuela secundaria, seríamos la primera generación en hacer usufructo de tan anhelado sueño que a tantos de nosotros cambiaría la vida.
Se estaba industrializando.
Tornerías, talleres metalúrgicos, pequeñas y medianas empresas de diversos rubros se sumaban a la antigua fábrica de leche.
—Usina láctea, la leche la fabrican las vacas. —siempre acotaba la Abuela Petra.
Comercios nuevos, sucursales bancarias, concesionarias de venta de automóviles, maquinarias agrícolas y nuevas tecnologías agropecuarias, el campo comenzaba a tecnificarse. Estábamos en el principio de dos décadas de inversiones, trabajo, bienestar que habrían de transformar mi pueblo en una ciudad, a pesar de los dificultosos, lentos pasos realizados. La situación socio-política y económica de la Argentina no era fácil.
Se Construyó una moderna central telefónica. El aumento de las líneas de comunicación motivó el reemplazo de los antiguos postes de troncos de palmera por otros nuevos, más fuertes, más altos. Se nos estaba acercando el progreso.
Alcides, el mayor de mis primos, ya frecuentaba la escuela industrial en la ciudad de La Plata, estaba terminando el segundo año. En los últimos días de clase, posiblemente meditando en el tren en sus interminables viajes diarios de ida y vuelta (en los asientos de madera de segunda clase no podía dormir ni un fakir) como utilizar el tiempo de sus vacaciones en el cercano verano. La única posibilidad de veranear para nosotros era por intermedio de la "colonia de vacaciones", cuyos cupos eran siempre en exceso abundantes. Quizás inspirado por la lectura de Robinsón Crusoe, imaginó como recuperar a nuestro beneficio y sin costos los postes de tronco de palmera que estaban siendo sustituidos, diseminados por todo el pueblo, que indefectiblemente terminarían en una formidable hoguera. La única utilidad que hasta ese momento le había encontrado, era la de cambiar los postes de los arcos de la canchita de fútbol. Pero estos estaban nuevos, los habíamos reemplazado el verano anterior y además los postes de tronco de palmera no eran aptos, redondos y demasiado gruesos, en esa época se usaban de sección cuadrada.
Pero la idea surgió y fue tomando forma.
Era un viernes a la tarde cuando llegó de la escuela y convocó a una asamblea extraordinaria, por supuesto debajo de las plantas de café en el fondo de la casa de tía Melo. Manifestó su brillante idea. ¡Vamos a construir una balsa!
En la histórica reunión se encontraban, Rubén Alberto, El Beto, El Bagre, Coco, Carozo, Angiulino, Juan Carlos “El colorado”, Giovanni, Mario, Gina, (única mujer aceptada en la "barra" o "tribu" según mamá), yo y algún otro que no recuerdo. Carlitos, estaba en el salón parroquial en su clase semanal de folklore.
Lo notable, entendí de adulto la razón, es que casi la mitad de nuestros compinches eran Italianos inmigrantes o hijos de Italianos inmigrantes, vecinos del inolvidable "Barrio Obrero" de principios de los 60, perfectamente integrados a nuestro modo de vida.
— Estos gringos no saben ni siquiera arrimarse a un caballo —escuché decir en una oportunidad a Roque el lechero.
Por supuesto, también estaba la Abuela Petra que con autoridad, asumió el rol de moderador en el momento que la asamblea debido a nuestra euforia, comenzó a desvirtuarse. Sonriendo, comprensiva como siempre, algunas veces con un certero revistazo, nos invitaba a serenarnos, hablar de a uno, en orden, entender la propuesta de Alcides, asimilarla y tratar de agregar algo, con la finalidad de mejorarla.
Era la primera en estar de acuerdo con el proyecto por dos motivos que yo creo que habrá considerado fundamentales: por que no teníamos que invertir dinero y porque nos entreteníamos bajo su control, sin tener que dejar por eso de leer las notas sociales de las revistas mundanas, su pasión.
El proyecto "la balsa" lo consideramos realmente brillante como idea creativa.
La Abuela Petra estaba convencida que el sacrificio no hubiera sido en vano, era la mejor experiencia de construir que hubiésemos de tener, nueva original e innovativa.
Hasta ese momento no habíamos pasado de “obras menores” como la construcción de barriletes altamente sofisticados o de la preparación de autitos de carrera con un plomo suspendido, que, con una lograda buena relación peso-amortiguación mejoramos notablemente su velocidad. Además, el alargamiento del eje anterior, construido con rayos de rueda de bicicleta, rematado en dos o cuatro ruedas de goma de tapitas de frascos de penicilina (Las proveían Coco y El crespo que eran cadetes en la farmacia), que garantizaban una óptima estabilidad, toda una obra de desarrollo tecnológico-artesanal para la época y a costo cero.
Las anteriores experiencias en “obras mayores” no pasaban de la construcción de chozas sobre los ombúes de "El chañar", provistas de lianas construidas con tubos de bicicleta de carrera en desuso, que nos permitían viajar de choza a choza, volando, por supuesto, emulando a Tarzán. Práctica altamente prohibida por razones de seguridad y también, por el desalojo y la promesa de no futuras invasiones dadas al dueño del establecimiento, por alguno de nuestros mayores, ante el reclamo formal del mismo.
Las sanciones por infligir estas reglas eran muy severas: los castigos iban desde la suspensión de las salidas a jugar post-escuela, que obligaba por aburrimiento a estudiar más de lo necesario. Además podía incrementarse con la asistencia obligatoria a la "novena", alternada con algún Rosario en la casa donde hospedasen a Santa Rita.
La sanción más despiadada; suspensión de asistir por diversas semanas seguidas a la función en el cine "Español", los miércoles por la tarde a precio reducido, donde proyectaban las películas de cowboy en episodios... era una crueldad. Pero la tragedia radicaba en que si te las perdías, en la escuela no te la contaba nadie. Sin omitir la perdida de la "bidú" y el “sanguche de milanesa” en el intervalo.
El entusiasmo de Alcides era conmovedor, estimulante y contagioso. Sus palabras sonaban como las de un Doctor en Física explicando la teoría de la relatividad, tenía todo pensado y elaborado dentro de su cabeza. Además de ser el mayor, técnicamente era el más dotado, con sus dos años de asistencia a la escuela técnica y aprobadas: análisis matemático, física, dibujo técnico, química inorgánica, profundos conocimientos de álgebra y de geometría analítica, materias humanísticas, música y ciencias naturales.
Avalado de una sólida formación práctica adquirida en los talleres de ajuste, hojalatería, carpintería, tornería, herrería y fundición, testimoniados por la construcción de un martillo, un embudo, un punzón, un portamacetas de alambre grueso en forma de pescado, un avioncito fundido en aluminio y particularmente su orgullo; el taburete de madera que tía Melo le habia permitido poner en el comedor. Las demás obras descansaban en el galponcito del fondo.
Dos bloques de conchilla, que se encontraba en la entrada de la casa y servían de apoyo a una maceta con una planta de gomero, los había fabricado en el taller de construcciones civiles. Medio litro de perfume de rosas o algo similar fabricado en el laboratorio de química, reposaba, sin haberse consumido una gota, en una ordenada pila de botellas en el gallinero, esperando el paso de algún “ciruja” que hiciese una buena oferta. Sean sus conocimientos prácticos de química, como aquellos de construcciones civiles, no eran importantes para la construcción naval, pero le habían conferido una sólida formación técnica que podría sernos útil en futuros proyectos.
Alcides pasó a enumerar detalladamente los pasos a seguir para la construcción de "la balsa". Se expresaba con retórica convincente, desconocida, nueva, lograba transmitir sus ideas sin que ninguno, extraño en nosotros, se atreviese a interrumpirlo. La formación humanística de la escuela secundaria lo favorecía notablemente.
La Abuela Petra, que oficiaba de moderador, también lo hacia como secretario, tomando prolijamente nota en un cuaderno “Gloria” de los puntos a considerar y las mociones de los participantes. Siempre, por supuesto, con un diario enrollado al alcance de su mano.
Se aceptaron innumerables propuestas de mejoras, todas señaladas en el cuaderno, con los dos nombres propios del autor. Iban desde la recolección y transporte de los materiales, la planificación, métodos de trabajo, turnos, cantidad de personal disponible, logística, pruebas de navegación, etc, hasta la elección por voto secreto del futuro Capitán de "la balsa", que por supuesto por elección casi unánime se eligió a Alcides. Carlitos, que no estaba presente, siempre sostuvo que se había autoproclamado.
Como mociones más importantes fueron consideradas sólo tres.
Primero: Un rollo de alambre y las herramientas necesarias para trabajar provenientes de la herrería de Don Fermín, abuelo de Roberto. La propuesta fue del Beto con el compromiso formal de la Abuela para interceder ante Don Fermín en caso de dificultad del suministro y las herramienta en calidad de préstamo.
Segundo: Un serrucho de considerables dimensiones proveniente de la carpintería del padre del Sopa (llegó tarde a la reunión), como así también, algún pedazo de madera o de tablón, clavos, etc. que pudiesen sernos útiles. La propuesta fue del Sopa bajo intimidación de algunos de los miembros presentes mas grandes.
Tercero: Fue la moción unánimemente, indiscutida, aprobada y aplaudida. Rubén Alberto propuso usar como "astillero" un ángulo en el fondo del gallinero, aprovechando la ligustrina, que nos garantizaba sombra durante toda la tarde, del alambrado lindero.
El área había sido estudiada con anterioridad al proyecto "la balsa" cuando, en el mismo ángulo habíamos construido un horno de barro, al momento en desuso, utilizado para la cocción de maíz, papas, pan, pizza y alguna torta. El horno, en realidad, fue invadido por una gallina bataraza, desde hacía tiempo, allí tenía su nido. La propuesta fue homologada por la Abuela Petra bajo promesa de no desalojo de la bataraza y con el descontado consentimiento de tía Melo.
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Alejandro Casals
Junio - 2006
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