José terminó de tomar su desayuno y ordenó la mesa. Miró la hora: las nueve de la mañana. Se puso la chaqueta y revisó su billetera. Lo único que tenía que hacer ese día era ir al banco.
Se acercó a la puerta pero se detuvo y no la abrió. Se quitó la chaqueta y se tiró en el sillón.
-Voy más tarde, todavía es temprano.
Y se durmió.
Los golpes en la puerta lo despertaron. Se desperezó y abrió la puerta. Eran dos hombres, vestidos de negro. Entraron de golpe, obligando a José a sentarse de nuevo.
-¿Quiénes son ustedes?-. Preguntó.
-¿Por qué estás aquí?-. Preguntó el hombre Uno.
El hombre Dos se acercó al bar y se sirvió un trago.
-¿Puedo?-. Preguntó el hombre Dos, enseñando el vaso y bebiendo.
-Parece que ya pudo-. Dijo José.
-¿Qué haces aquí?-. Volvió a preguntar el hombre Uno.
-Yo vivo aquí-. Respondió José.
-Eso lo sabemos-. Dijo el hombre Uno-. Pero tenías que estar en el banco a las nueve y media.
-Ah, eso-. Dijo José-. Me arrepentí de ir tan temprano. Pensaba ir después.
José miró la hora: la once y media.
-¡Ja!-. Dijo el hombre Dos, sirviéndose otro trago-. El niño se arrepintió.
-¿Qué significa todo esto?-. Preguntó José, poniéndose de pie.
El hombre Uno comenzó a caminar de un lado a otro.
-¿Qué significa? Significa que todo se fue a la mierda-. Dijo.
-¡A la mierda! ¡Salud!- Dijo el hombre Dos, acabándose el trago y sirviéndose otro.
José los miró a ambos.
-¿Qué todo?-. Preguntó.
-Todo-. Dijo el hombre Uno-. ¿No entiendes? ¡Todo! ¡Este universo completo se fue a la mierda!
-¡A la mierda! ¡Salud!-. Dijo el hombre Dos, levantando el vaso.
José se puso de pie y encaró al hombre Uno.
-¡Será mejor que se expliquen o mejor se van de aquí!-. Le gritó al hombre Uno.
El hombre Uno pareció calmarse un poco. Sacó un cigarrillo de su chaqueta y lo encendió. Se sentó en un sillón pequeño y miró a José.
-Lo que pasa es que tú debías estar en el banco a las nueve y media. Y nosotros entraríamos al banco un cuarto para las diez para asaltarlo-. Dijo.
José se sentó de nuevo y miró al hombre Uno. Moviendo la cabeza.
-Disculpe, pero sigo sin entender-. Dijo.
El hombre Uno miró al hombre Dos, quien se había servido otro vaso de licor y también se sentaba. Volvió a mirar a José.
-El problema es que nosotros no pudimos asaltar el banco porque tú no estabas.
-¿Y qué tengo que ver yo con su asalto?
-Lo que pasa es que si tú no estas en el banco, el banco no existe.
José lo miraba todavía más extrañado y el hombre Uno no sabía como explicar mejor la idea.
-Dile quién es-. Dijo el hombre Dos, dando un último trago al vaso.
José los miró a ambos.
El hombre Uno asintió, lentamente, y se puso de pie.
-Lo que pasa, José-. Dijo-. Es que tú eres el protagonista de este cuento. Por eso, si tú vas al banco, entonces nosotros podemos llegar para asaltarlo.
-Y tomarte como rehén-. Dijo el hombre Dos-. ¿Entiendes? Nosotros somos los antagonistas de este cuento, los que, se supone, iniciamos la situación dramática. Somos los responsables de llevarte al límite de...
-¡Ya, ya, ya!-. Dijo el hombre Uno-. Parece que ya entendió.
José estaba paralizado, con la boca abierta.
El hombre Dos se levantó a servirse otro trago. Mientras lo hacía, murmuraba “A la mierda, a la mierda”.
El hombre Uno tomó el hombro de José y lo hizo reaccionar. José lo miró pero no sabía que decir.
-¿Dicen que somos personajes de un cuento?-. Preguntó al fin.
-Exacto-. Dijo el hombre Uno.
-¿Y qué cuento?
Llamaron a la puerta. Los tres se quedaron mirando pero ninguno se movió. Siguieron golpeando, con más fuerza. José se levantó y abrió la puerta. Había un muchacho, casi un niño, con unas hojas de papel en la mano. Le entregó las hojas a José y se fue, sin decir palabra. José cerró la puerta y miró a los dos hombres. Leyó la primera hoja de los papeles. Era una línea subrayada, dos palabras, el título: “Libre albedrío”.
Dijo las palabras en voz alta y los hombres se miraron entre sí.
-“Libre albedrío”-. Repitió el hombre Uno.
-¿A quién se le puede ocurrir un nombre así?- Dijo el hombre Dos.
-Al escritor, obviamente-. Dijo el hombre Uno.
José pasó a la segunda página y comenzó a leer:
“José terminó de toma su desayuno y ordenó la mesa. Miró la hora: las nueve de la mañana. Se puso la chaqueta y revisó su billetera. Lo único que tenía que hacer ese día era ir al banco.
“Salió a la calle y al ver la linda mañana decidió caminar hasta el banco, que no se encontraba lejos...
-Eso fue lo que no pasó nunca-. Dijo el hombre Uno.
-No-. Dijo José-. Porque cambié de opinión.
-Claro, cambiaste de opinión-. Dijo el hombre Dos, que seguía bebiendo-. ¡Y todo se fue a la mierda! ¡A la mierda!- Se sentó y se quedó dormido.
José y el hombre Uno lo miraron un instante y volvieron a ver las hojas.
-Sigue leyendo-. Dijo el hombre Uno y ambos se sentaron.
Leyeron unas cuantas páginas: El asalto al banco, la toma de José y María como rehenes, el escape...
-¿Quién es María?- Preguntó José.
-No sé-. Dijo el hombre Uno.
Golpearon a la puerta. El hombre Dos despertó por el sonido.
-¡A la mierda!-. Dijo-. ¿Ahora qué?
-Debe ser María-. Dijo el hombre Uno, bromeando.
José lo miró y fue a abrir la puerta. Era una joven mujer. Vestía jeans y una blusa, además de una casaca corta. Entró de golpe, haciendo a José a un lado.
-¿Alguien puede decirme que cresta pasa?-. Preguntó a todos.
-Es que se fue todo a la mierda-. Dijo el hombre Dos-. ¡A la mierda!-. Y se quedó dormido de nuevo.
-María, supongo-. Dijo el hombre Uno.
-Claro que sí-. Dijo ella-. Soy la única mujer en este cuento. ¿Y tú quién eres?
-Yo...- El hombre Uno se quedó pensando y se sentó, con las manos en la cabeza-. Yo sólo soy el hombre Uno, no tengo nombre. El escritor no lo encontró necesario.
El hombre Dos despertó, los miró a todos y preguntó:
-¿Y qué estamos haciendo?
-Esperando-. Dijo José.
-¿Qué cosa?- Preguntó el hombre Dos.
-El final-. Dijo el hombre Uno, con la mirada perdida.
-¿Y después?- Preguntó el hombre Uno y se quedó dormido.
José, María y el hombre Uno se miraron entre sí pero no dijeron nada.
El reloj marcaba las doce de la tarde. José, María y el hombre Uno estaban sentados alrededor de la mesita de centro, donde habían dejado el cuento.
-¿Y si leemos el final?-. Dijo María.
-No tiene sentido-. Dijo el hombre Uno-. La historia ya cambió.
-Pero sabríamos que habría pasado si esto no hubiese pasado-. Replicó María.
-¿Y de qué sirve saber eso?-. Preguntó José-. La vida es la suma de momentos que se viven en el ahora, lo posible que no fue no sirve de nada.
-¿Vida?-. Preguntó el hombre Uno-. ¿De qué vida hablas? ¿Todavía no comprendes que todos nosotros nos estamos vivos? Sólo existimos en la imaginación, sólo somos palabras en un papel. ¡No estamos vivos!
María tomó el cuento y empezó a leer en silencio. José se puso de pie y encendió uno de los cigarrillos que el hombre Uno dejó en la mesita de centro.
-No digas que no estamos vivos-. Dijo José-. Aunque seamos palabras en el papel, como dices, existimos. Simplemente el hecho de que en este momento alguien posa los ojos en estas palabras, nos da vida.
El hombre Uno también encendió un cigarrillo y miró a José a los ojos.
-¿Ser o no ser?-. Preguntó-. El que existamos no nos hace vivir. Antes de que tomaras la decisión de no hacer lo que se supone tenías que hacer, mi existencia tenía un propósito, simple, pero era un propósito.
-¿Robar el banco?-. Preguntó José.
-Exacto-. Dijo María-. Eso y hacer que nosotros nos conociésemos.
José y el hombre Uno la miraron.
-Eso dice aquí-. Dijo ella, mostrando las hojas-. Tú y yo no nos hubiésemos conocido, en teoría, si ellos no asaltaban el banco.
-¿Ves?-. Dijo el hombre Uno-. Ahora no sirvo de nada, no tengo propósito, ni siquiera tengo nombre-. Miró al hombre Dos-. Y él tampoco.
El hombre Dos despertó como si hubiese sido llamado por alguien. Miró a los tres y preguntó:
-¿Y qué estamos haciendo?
-Esperando-. Dijo José.
-¿Qué cosa?-. Preguntó el hombre dos.
-El final-. Dijo el hombre Uno, con la mirada perdida.
-¿Y después?-. Preguntó el hombre Dos y se quedó dormido.
José, María y el hombre Uno se miraron entre sí pero no dijeron nada.
María seguía leyendo. De pronto, se sobresaltó. José y el hombre Uno la miraron expectantes.
-¿Qué pasa?-. Preguntó José.
María lo miró, avergonzada, y bajó la vista.
-Nada-. Dijo-. Olvídenlo.
El hombre Uno se movió sorpresivamente y le quitó el cuento de las manos. Ella se puso de pie, tratando de recuperarlo pero el hombre uno comenzó a leer y de pronto sonrió.
-Entonces José vio salir al hombre Dos de la habitación y miró a María-. Dijo el hombre Uno, leyendo en voz alta, mientras corría alrededor de la mesita de centro para que María no le quitase el cuento-. Ella se acercó lentamente. El hilo de sangre que corría por su frente, de pronto, le pareció a José el adorno más sensual que nunca había visto. María llegó junto a él y lo abrazo, llorando. José comenzó a acariciar su cabello para calmarla...
-¡Cállate!-. Dijo María-. ¡Deja de leer! Tú mismo dijiste que no tenía sentido.
-Déjalo que lea-. Dijo José, divertido con la situación.
-José sintió la respiración entrecortada de María-. Continuo leyendo el hombre Uno-. El pecho de ella se apretaba contra el suyo cada vez más. Sin darse cuenta, ambos se estaban acariciando. El pecho de ella se endureció bajo la blusa y él también sintió la presión pero en su pantalón...
El hombre Uno dejó de correr y se lanzó al sillón, divertido. María se sonrojó y se sentó con las manos en el rostro. José también se sentó y miró la hora. Eran la una y media. Miró a María, que reía nerviosa tras sus manos.
-Bueno-. Dijo bromeando, José-. Esa parte sí podríamos vivirla como la pensó el escritor. Bueno, como un homenaje al creador, ¿no?
El hombre Uno dio una carcajada. María miró a José, sonriendo sensualmente y con una mirada tierna.
-Ándate a la mierda-. Dijo, sin perder la postura sensual que había tomado y con la voz cálida.
-¡A la mierda!-. Dijo el hombre Dos, levantando el vaso.
Los otros tres lo miraron y se rieron.
-¿Y qué estamos haciendo?-. Preguntó el hombre Dos, frotándose los ojos con los nudillos.
-Esperando-. Dijo José.
-¿Qué cosa?-. Preguntó el hombre dos.
-El final-. Dijo el hombre Uno, mirando el suelo.
-¿Y después?-. Preguntó el hombre Dos y se quedó dormido.
José, María y el hombre Uno se miraron entre sí pero no dijeron nada.
El hombre Uno tomó el último cigarrillo del paquete y se lo ofreció a José. María, estaba recostada en el sofá. Eran las dos y media de la tarde.
-No, gracias-. Dijo José-. Acabo de dejar de fumar.
-Apenas llevas unas cuantas páginas de vida y ya dejaste de fumar-. Dijo María, sonriendo.
El hombre Uno también sonrió y encendió el cigarrillo.
-¿Sabes?-. Dijo a José-. Creo que tienes razón.
-¿En que sentido?
-En lo que decías respecto al sentido de vivir.
María se sentó y le quitó el cigarrillo de la mano. Le dio una fumada y se lo devolvió.
-Creo que ya no importa-. Dijo-. Se puede sentir que las tres están muy cerca.
-Es que sí importa-. Dijo el hombre Uno-. No importa cuantas páginas tenga nuestro cuento. Hay personajes de novelas inmensas, que nunca se detienen a pensar si realmente están siguiendo el camino que eligieron, o si sólo siguen el patrón que el escritor les dio.
-En cambio nosotros, tuvimos por lo menos la oportunidad, aunque no hagamos nada con ello-. Dijo José, apoyando la idea del hombre Uno.
-Yo quería ser bailarina cuando niña-. Dijo María-. Y eso que nunca fui niña.
-Mi libreta telefónica está llena de nombres y números que no existen-. Dijo José.
-Yo ni siquiera tengo pasado-. Dijo el hombre Uno-. Mi personaje sólo era un eslabón en la cadena de una historia, nada más.
Miraron los tres el reloj, eran un cuarto para las tres.
-Ya casi-. Dijo José.
-Sí-. Dijo María-. Las tres están por llegar.
-¡Oye! ¡Despierta!-. Gritó el hombre Uno al hombre Dos, que despertó asustado.
-¿Y qué estamos haciendo?-. Preguntó de nuevo el hombre Dos.
-Esperando-. Dijo José.
-¿Qué cosa?-. Preguntó el hombre Dos.
-El final-. Dijo el hombre Uno, con la mirada perdida.
-¿Y después?-. Preguntó el hombre Uno.
José, María y el hombre Uno se miraron entre sí. José se acercó al hombre Uno y le dio la mano.
-Fue un placer conocerte-. Dijo-. Sin tomar en cuenta que en realidad no conozco a nadie más que los que estamos aquí.
-Lo mismo digo-. Dijo el hombre Uno-. Y gracias, por hacerme sentir vivo.
-La vida no es algo que te puedan dar en un papel-. Dijo María, poniéndose de pie y tomando las manos de los dos-. No es algo que un certificado pueda otorgar, sólo tener un fin le da sentido a la existencia.
El hombre Dos se puso de pie y también tomó las manos de los demás.
-¿Creen que el escritor haga una segunda parte después de esto?-. Preguntó-. Es decir, igual se fue a la mierda su idea original.
-No podemos saber eso ahora-. Dijo José.
-Por lo menos valió la pena todo esto-. Dijo el hombre Uno.
-¿Por qué?-. Preguntó María.
-Porque acabo de descubrir el sentido de nuestra existencia y de lo que quería el escritor.
-¿Y eso que era?-. Preguntó José.
-Que entendiéramos que ninguna historia está escrita hasta que se termina.
Los cuatro miraron la hora. Eran las tres de la tarde.
-Las tres ya están aquí-. Dijo María.
-¿Y qué estamos haciendo?- Preguntó el hombre Dos.
-Esperando-. Dijo José.
-¿Qué cosa?-. Preguntó el hombre Dos.
-El final-. Dijo el hombre Uno, con la mirada perdida.
-¿Y después?-. Preguntó el hombre Dos.
José, María y el hombre Uno se miraron entre sí pero no dijeron nada. Las tres ya estaban ahí. Las tres letras que todo personaje, no importando de que historia, sabe que siempre llegan... Fin. |