Tristemente recíproca. Angustiosamente sola. Lamentablemente perdida. Así me siento. Hoy, mañana, siempre. No comprendo bien esto que acontece, sólo reconozco pesadillas cada día más reales, etéreas resurrecciones de un alma desganada y me pregunto si quizás, si algún día, pudiera yo cambiar(me), lo haría. Creo que no. Estoy más que segura que no. ¿Para qué trataría de hacerlo? ¿Por qué razón? No hace falta apresurarme en contestar, ya conozco las respuestas, todas ellas, tampoco hay parsimonia alguna que me frene. No hay nada. Nunca lo hubo.
Un cuchillo atravesando mi lengua transversalmente, cortando a su paso todo músculo, destruyendo con su filo cada tejido, abriendo paso a un río de sangre que brota efervescente por entre los despojos de lo que otrora era una sección de mi cuerpo.
No puedo soportar por más tiempo este bloqueo mental, este silencio de palabras, de teclas, de pensamientos que se escapan por mis dedos, no puedo más. Quiero volver a escribir, quiero volver a escupir frases, a hilar letras, a formar palabras, a inventar sentimientos, a, a, a…ah. Quiero. Y no puedo. Por alguna estúpida razón no puedo. Y me duele, me pesa, me aqueja. Si tan sólo pudiera programarme una histeria pasajera, una depresión vespertina, o una borrachera existencial. Pero no, no puedo, no debo (¿no?). Que difícil se hace. Cuan imposible es seguir derramando lágrimas en un teclado que no da respuestas, que no absorbe sueños para volcarlos luego en ese papel imaginario que se abre ante mis ojos mojados, ante mi mente estrujada, ante mi corazón roto por la sepulcral mudez de mi alma.
Que difícil todo.
Quisiera por un momento volverme hacia un cabello negro azulado, unas uñas carmín y unas piernas fuertes dispuestas a patear(me) el trasero de verme en este estado taciturno. Sí, quisiera volver a esa María, ¿dónde la perdí? ¿En los dulces besos de un barba amable? ¿En las risas amenas de nuevos compañeros? ¿En los amaneceres porteños, lejos de la localidad que me vio nacer, reír, llorar? ¿Dónde estás pequeña-gran María? ¿Hacia dónde fuiste? ¿Prometes regresar?... Extraño tu confusión existencial, tu dolorosa manera de abrirte paso, tu insomnio, tu cansancio, tu depresión, tus lágrimas sin sentido (y aquellas que gran sentido tenían). Extraño tu forma de pasearte por la vida, sin saber de donde venías pero siempre dispuesta a ver hacía donde ibas. Extraño tus despertares llenos de recuerdos superfluos de pesadillas tan verdaderas como esos cortes que tratabas sin sentido de esconder bajo tu ropa, bajo miles de capas de abrigos y movimientos insólitos para no rozarte contra nada y evitar el gesto de dolor que acompañaba el golpe en tu herida; el ala rota, el alma colándose por entre la piel abierta. Extraño como te sentías los instantes previos a que el filo de la gillette se apoyara contra tu piel, pero sobretodo recuerdo y atesoro aquel segundo posterior donde el dolor impregnaba cada capa de tu ser y te hacía sentir que estabas viva, por un poco más, por un rato más, respirando y llorando, y sufriendo y viviendo y matando. Te extraño. Quisiera por un segundo que vuelvas y me digas que hacer, o por lo menos que te quedes a mi lado haciéndote la misma pregunta, acompañándome. Me siento sola, vacía, abandonada, demasiado abandonada de mí. Mierda. Puta. Carajo. ¿Dónde estoy?
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