Hay música como la de Giussepe Verdi en “la Libertad de Nabucco” con su coro de “esclavos”, o de Albinoni en el Adagio, o el sentido y maravilloso “Soneto de Claro de luna” de Bethoven, que te hacen tomar real dimensión del lugar que ocupamos como seres humanos en el concierto de astros que forman el universo. Por momentos en lo personal esta música hace que me sienta tan insignificante como una pelusa, y en otros me pone en la cima de la pirámide de los seres vivos, y es entonces cuando me siento un hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, porque quienes han hecho esta música no eran otra cosa que mortales como yo, pero me llevo siempre la sensación de que fue Dios quien les ha dictado las notas. Lo curioso es que me sienta como me sienta, en la cima o en el piso no puedo dejar de emocionarme hasta las lágrimas, lo juro, me es inevitable.
Entiendo que es maravilloso dejarse atravesar por el arte, en cualquiera de sus expresiones, algunos somos mas sensibles a la música, otros a la literatura, otros a la pintura, al teatro, al cine, en fin, son tantas las formas de expresarnos…, es otro mundo y nada se compara con el, con la vibración que produce en nuestras fibras, estoy convencido que no existe nada material que logre acercarse a lo que nos puede conmover el sonido de un buen piano, un cuadro de Joaquín Sorolla o un poema de Pablo Neruda, en fin, la vida también pasa por otro lado, y es ahí donde quiero estar.
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