Si él se lo proponía sabía que iba a conseguirlo. “Todo es cuestión de fe” se decía repitiendo una frase hecha por vaya a saber quién pero que aparecía en cuanto libro de autoayuda su madre tenía desparramado por la mesita de luz.
-Cómo es posible caminar por el agua o multiplicar el pan?
-Con mucho frío y un buen kilo de levadura
-No, no, estás equivocado. Todo es cuestión de fe.
Hoy creemos que eso de la fe se lo había metido ya en aquel entonces un curita que había a la vuelta de casa y que le hizo cosechar piojos pensantes religiosos en su cabeza. Lo queríamos mucho a Emilio, pero realmente, con eso de la fe nos colmó la paciencia a todos que un día decidimos ponernos de acuerdo para molerlo a palos en la esquina sin que sepa que éramos nosotros pero con los suficientes golpes para que se dé cuenta que por más fe que tenga no había paliza que pueda evitar.
Dos cuadras antes de llegar a su casa la oscuridad de una esquina era el lugar más propicio, más sabiendo que a eso de las 10 enrollado en su campera y con las manos hundidas en los bolsillos se iba a aparecer Emilio tan despreocupado como siempre pensando que la vida le sonreía.
Apenas cayó alguien le atinó una patada en el estómago y otro, creo fue el gordo Noriega, lo levantó de inmediato sólo porque parecía que iba a estar mucho más lindo darle de cachetadas de pie. Apenas algunos gritos porque no se aguantaba las patadas ni los sopapos.
Su cara de mañana era la misma de todos los días, aunque con unas hinchazones y un morado negruzco que parecía una ciruela jugosa. Y ahí estábamos, tres de los siete que le dimos la paliza, esperando que comience a maldecir la vida y a putear contra su ingenua credulidad sobre fe y otras empresas similares.
-Pobres ingenuos, no se dieron cuenta que los golpes más grandes se lo llevaron ellos y para colmo ahora yo disfruto de saberme dichoso cuando no me duele el rostro.
-Sos un pelotudo, eso es lo que sos. Cómo te van a reventar a palos y seguís pensando así, imbécil.
Y lo que iba a ser una reflexión mañanera entre mates fueron dos manos que hicieron un nudo en la garganta que no dejaron pasar esos biscochitos con forma de cañón que parecían tan secos.
A Emilio le costó casi un mes que no se le note nada en el rostro, y cuando se le fue todo más orgulloso se mostraba de haber salido airoso de su buena fe y sentirse casi un inmortal, pensar que más allá de los golpes, los buenos golpes, que le podía propinar la vida la fe era más importante y que todo era posible con la buena cuota de fe.
Los muchachos se iban convenciendo que la fe era algo que había que perseguir; hasta el gordo Noriega que parecía el más normal del mundo se metió en ese negocio de pensar en la fe y sus beneficios sin efectos secundarios.
-¿Qué tan poderosa es la fe?
-Todo lo puede
-Todo, ¿todo?
-Claro, se puede mover montañas, se puede caminar sobre el agua, se puede abrir un río al medio
-¿Podrías saltar de la terraza de tu edificio a la terraza del vecino?
-La fe lo podría…
-Vos, ¿vos podrías?
Y el rostro de Emilio en el viento era para retratarlo, la mirada lejos, el cabello que se soltaba con el viento, los brazos al costado del cuerpo. Flexionaba la pierna derecha como si fuera a dar apenas un saltito y ni pensaba en esa avenida que estaba 12 pisos más abajo.
“Ya me parecía que era mucha propaganda eso de la fe, lo habrá visto en la televisión”, dijo el gordo Noriega mientras se tomaba un cafecito cerca del cajón. |