Karen era una joven normal en un mundo normal. Aquel día era viernes. Día de pocas clases y mucha cerveza y vino blanco con duraznos en los patios de la universidad.
Karen se dio una larga ducha esa mañana y se vistió lentamente. Era temprano, no tenía apuro. El tiempo no era lo que tenía en mente. Ella pensaba en “él”.
Al cerrar la puerta de su casa, se encontró con su vecino que al verla la saludó. Caminó hasta la calle y se encontró con media docena de personas en el paradero de la locomoción.
-Hola, Karen-. Dijeron varios al verla, los otros sonrieron o la saludaron con la mano.
Al subir al bus, el conductor la saludó alegremente. Todos en el bus la llamaron para preguntarle como estaba y para desearle un buen día. Ella respondió amablemente y se sentó en el lugar que una anciana le cedió.
En el camino, nadie subió o bajó sin saludarla o despedirse de ella, mientras repasaba su cuaderno de lógica porque ese día tenía prueba.
Al bajar del bus todos los que quedaron arriba se despidieron y el conductor le dijo “espero nos veamos el lunes a esta hora”.
La gente en la calle la saludó cuando bajó del bus, así como mientras caminaba hasta la universidad.
-Hola, Karen-. Decían simplemente algunos.
-Que te vaya bien en la prueba-. Decían otros.
-Te ves muy bien hoy-. Comentaban los más atrevidos.
Algunos sólo la saludaban con la mano y otros le sonreían. Los autos tocaban sus bocinas y desde la acera del frente le gritaban sus saludos.
Al llegar a la universidad, todos lo que la veían se acercaban a saludarla. Ella respondía alegremente pero buscaba a “él” entre la gente. No lo encontró.
Un joven se le acercó con un ramo de rosas en las manos.
-Karen, estaba esperándote-. Dijo, algo nervioso-. Esto es para ti, quiero que seas mi novia.
Karen miró las flores y al joven.
-Las flores son para los muertos-. Dijo y le dio la espalda.
El joven arrojó las flores a la basura y se sentó en el suelo a llorar.
Karen siguió caminando entre las palabras de bienvenida de los demás. Otro joven se acercó. Esta vez con una caja de bombones.
-Karen-. Dijo-. Esto es para ti, aunque ninguno de ellos es tan dulce como tus ojos o tu voz.
Karen miró la caja de bombones y al joven.
-Acaso no sabes que soy alérgica al chocolate-. Dijo y le dio la espalda.
El joven arrojó los bombones junto a las rosas y se sentó en el suelo a llorar con al otro joven.
Karen fue hasta el negocio de confites en el interior de la universidad a comprarse un café antes de entrar a clases.
-Hola, niña Karen-. Dijo Ernesto, el empleado del local-. ¿Cómo está tu día?
Ella no respondió, mientras revolvía su café.
-Dame un paquete de cigarros, Ernesto-. Dijo una voz varonil a las espaldas de Karen. Era la voz de “él”.
A Karen se le cayó el café en los pantalones por los nervios. Levantó la mirada avergonzada y miró al joven.
“Él” tomó los cigarros y su vuelto. Miró un instante a Karen y de nuevo al empleado.
-Gracias, Ernesto-. Dijo y se fue.
Karen lo vio alejarse entre los demás estudiantes que la saludaban con las manos. Entonces Ernesto le volvió a hablar.
-¿Cómo está tu día, Karen?
Karen lo miró, llorando.
-A veces me siento tan invisible porque no me pesca nadie... -. Dijo. Dio media vuelta y se fue a clases.
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