Como todos los días, caminaba con sus padres cada mañana. Cada uno a cada lado, tomando su mano y viendo al frente cada uno, como todos los días.
No entendía como la veían los dos con tanto amor pero no se veían entre ellos. Como si vivieran en mundos diferentes. Como si la gran ciudad fuera demasiado chica para ellos dos.
Sus preocupaciones se iban mezclando con el viento, con el ruido de las aves, con miles de pensamientos sobre muñecas de piel tostada como ella, con trenzas como ella, vestidas de princesas color rosa. Como ella quería estar vestida todos los días, pero su mamá decía que el vestido de princesa solo es para ocasiones especiales. Que era eso? No era suficientemente especial el ir por el parque? El caminar en una ciudad llena de cosas nuevas, aventuras diarias.
Y mientras pensaba y volaba con su imaginación de niña, se iba dando cuenta de la realidad y veía una pareja muy enamorada, que se miraban como si nadie mas existiera, y cuando desvió su mirada se encontró con un abuelo que cargaba a un niño pequeño y lo veía embelesado y sonreirán los dos. Y mas allá un papa abrazaba a su hija y ella lo veía tratando de contener las lagrimas antes de subirse a un bus escolar.
Ana pensó que la mañana estaba llena de gente que se quería mucho, mucho, mucho. Como ella a sus papis, como su tía y su novio. Como se imaginaba ella que debería ser como sus papás debían quererse. Y de repente entre la multitud vio pasar un niño, casi de su edad. Con los ojos grandes y almendrados, unos ojos que solo le veían de lejos. Ella paro un ratito y sintió que la mano de su papá la jalaba hacia delante, siguió caminando pero ya no puedo dejar de verlo. Noto que estaba de la mano de sus papás, igual que ella. Que sus papás tampoco se veían, y que al igual que sus padres, tenían la cara sería y parecía que no sabían sonreír. Que nunca hubieran sonreído. Pero él era diferente, la miraba y el mundo paro por un instante. La miraba y ella lo miraba con sus ojos color miel, y sentía como un rubor intenso subía por sus mejillas. Veía su pelo crespo, el color de su piel, igual y diferente al de ella, su boca que casi comenzaba a sonreír y el apuro de sus papás por caminar hacia el otro lado. Y cuando se cruzaron sus mundos sus miradas se conectaron y no dejaron de verse. Los dos al tiempo dieron vuelta la cabeza y continuaron mirándose mientras sus papás seguían caminando sin notar que la vida había cambiado para siempre para Ana y Andrés. Sin saber que una flor empezó a crecer en sus corazones grabando en sus mentes un instante único de regalos eternos, de miradas para siempre.
Cerro los ojos, no quería ver nada mas por un rato. Aminoro su paso todo lo que pudo, hasta que su madre se viro hacia ella, ella abrió los ojos de repente y la vio. Con un gesto entre dulce y suplicante. Abrió su boca. Dejándole ver a Ana su dentadura, blanca, muy blanca enmarcada por su boca pintada, lista para sus reuniones de trabajo. Era bonita, con el pelo siempre recogido en una cola, una frente amplia y los ojos atentos. No era ni gorda, ni delgada, ni alta, ni pequeña. Para Ana sus mamá era perfecta. Aunque casi no tenia mucho tiempo de jugar con ella. Aunque su celular sonaba hasta los domingos y ella tenia que atender y dar explicaciones y hablar horas con la secretaria para pedirle que arregle los horarios, que cambie las reuniones, cientas, miles. Ana siempre imaginaba que cuando sea grande va a ser como su mamá. Se sentaría en un sillón de reina que tenia delante una mesa larga, larga y que miles de chinitos entraban a hablar con ella, y luego salían y entraban los siete enanos del cuento de Blanca Nieves y después venían las barbies para tomar un te, mientras conversaban de sus agitadas vidas. Y así hasta que el día se acababa y se iba a su casa donde se veía sola. Grande y sola.
Ella imaginaba todo esto, por que su mamá nunca le había llevado a su trabajo y ella no sabia realmente que es lo que hacia. Tenia una idea vaga de que era un lugar donde se hablaba de dinero y se hacia dinero. Eso le dijo una vez su papá. “Solo te importa hacer dinero”. Y entonces se imaginaba que mientras su mamá estaba en esas reuniones importantes tenia una maquina a lado como el hornito que le dieron por navidad, donde cada cinco minutos sonaba una campanita que le decía que su dinero esta listo.
Su papá era abogado, ella sabia eso, por que tuvo que hacer un deber sobre el papá de la casa. Hasta puso una foto y todo. Esa vez se saco 20/20. Sonrió cuando se acordó de esto.
Y de pronto volvió a la realidad y de lo lejos vino la voz de su mamá que le decía Ana apúrate, tenemos que llegar pronto. Y su papá le regreso a ver y le pregunto, repíteme otra vez por que estamos caminando todos los días. Y ella le dijo sin regresarle a ver; por que eso dijo la psicóloga que hagamos, por que estamos en algo que se llama Terapia. El arrugo la frente y siguió caminando callado. Y ella volvió a mirar a Ana y sin decir palabra empezó a caer una lagrima en su mejilla. Ana paro. La abrazo y le dijo mamita no llores, estas muy linda para tus reuniones. Y su papa la tomo en brazos y dijo no te preocupes hija, tu mamá no esta triste, ella solo tiene una fuga en el ojo. Y Ana callo, abrazo a su papá y continuaron así, en silencio los tres por tres cuadras mas. Hasta que llegaron a la escuela de Ana donde su papá la bajo y le dio un beso en la frente. Ana lo abrazo y le dijo te quiero. Luego miro a su mamá que miraba el reloj y le dijo te quiero mami. Y ella sonrió y le dijo que tengas un lindo día hijita. Nos vemos en la noche.
Y así como cada mañana desde hace un mes, Ana entro a su escuela, con la mochila mas pesada que nunca y el corazón confundido de tristeza y alegría. Lleno de flores nuevas y algunas ya muy marchitas.
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