El elefante y Charly


Ya en Nepal había estado en contacto con elefantes del sexo femenino, que según me dijeron eran más confiables, tranquilas y seguras. Las había abrazado, acariciado y hasta besado, que me llenó la boca con arena.
Cuando llegué a Tailandia, estaba programado un paseo por el colorido mercado flotante de Damnoen Saduak. Yo había comprado en mi país ya todo un paquete y ese incluía ese paseo con bote. Pero cuando escuché que se podía también dar un paseo con elefantes pagando 22 dólares adicionales, no titubee ni un instante, los pagué y me llevaron al lugar en donde ellos salían. Cuando pasee con un elefante en el Parque Nacional de Chitwan a 5 horas de Katmandú, Nepal, éramos 4 encima de ella, sentados hacia el costado en una especie de silla para cuatro. El elefante caminaba despacio y se movía poco, así que cuando sola me subí en Tailandia a uno en una silla para dos personas, y el guía me sujetó con un cinto igual como en un avión, pensé que era exagerado. Pero me equivoqué. No es que el elefante trotaba, caminaba como la anterior, pero quizás porque estaba sola con los pies sobre su cuerpo, ya que miraba hacia delante, o que el camino no fue tan liso, no lo se. Lo que sí se, es que más de una vez me moví en el asiento por suerte sujetada por ese cinto. Delante de mí había salido otro elefante con una pareja. Cuando de pronto veo que el hombre se sienta encima del elefante. Eso me agradó, así que lo imité. Me saqué el cinto, y resbalé del asiento hacia delante, y aterricé sobre el animal. Me sujeté atrás del asiento sintiendo los músculos del elefante. Lo toqué y sentí su piel dura y los pelos. Ya minutos antes el guía había bajado y pidiéndome mi cámara comenzó a sacarme fotos en todas las posiciones. Al costado nos seguía un hombre que también comenzó a sacarme fotos. Le dije que no lo hiciera, pero no le importó mi comentario pues siguió haciéndolo. Cuando el guía creyó que ya había sacado suficientes fotos de mi persona, subió nuevamente y de pronto sacó de entre su ropa una lata chata cuadrada en la cual había dijes de plástico de elefantes y de Buda. Era su negocio que aprovechaba con cada turista que llevaba. Conmigo no tuvo suerte, ya que dijes de plástico no era lo que me interesaba. Cuando el paseo terminó y bajé, ya me acercaron un álbum con mis fotos y un plato en el cual se me veía encima del elefante. Esas fotos fueron sacadas por ese hombre que me había seguido, y que me imagino tenía montado todo un laboratorio con varios ayudantes que en los pocos minutos que restaban de mi paseo habían ya plasmado mi esfinge en papel y loza. Me negué a comprar cualquiera de esos souvenirs. Fotos ya había yo sacado con mi cámara, más las que me sacó el guía. Y colgar un plato en una pared de mi casa, sólo me hacía trabajar más limpiándolo.
Así que no pudieron hacer negocio conmigo. Pero con los cientos de turistas que van por los elefantes todos los días, no le faltarán clientes.
De ahí fui a un show también con elefantes, que no me gustó porque los utilizaban para entretener, haciéndolos sentarse sobre sus patas traseras, caminar sobre ayudantes acostados en el piso sin tocarlos etc.
Salí de ahí buscando afanosamente a Charly. Es decir recién supe su nombre cuando me colgaron alrededor de mi cuello una boa. Es una serpiente que adulta puede llegar de 8 a 10 metros de largo. No es venenosa pero mata a personas y animales enroscándose alrededor de ellos y apretándolos hasta que mueran. Claro que Charly era un bebé rubio porque era de color amarillo claro. Era hermoso. Su piel era fría y sedosa alrededor de mi cuello y yo le sujetaba la cabeza con una mano. A pesar que era aún bebé, el niño ya tenía su peso. Después de que la guía que me llevó me había sacado varias fotos, el dueño me lo quitó. Le pagué (no a la boa, naturalmente) y me fui con una experiencia más vivida en ese viaje.