Era la hora de la siesta, después de almuerzo, cuando los cuerpos se aletargan y relajan, por lo menos los cuerpos de aquellos que no tienen nada que hacer.
Amanda estaba recostada en su sofá favorito, oyendo música a todo volumen, aprovechando la soledad de sus vacaciones. Tenía veinticinco años y faltaba una semana para entrar de nuevo a clases en el instituto donde estudiaba para perito judicial.
Así que, no estaba haciendo nada más que oír música recostada en su sofá.
De pronto llamaron a la puerta. No esperaba a nadie y era temprano para que llegara alguno de sus padres de sus respectivos trabajos.
Se puso de pie y abrió la puerta. Era su más viejo amigo, Jonás.
—¡Hola!— Dijo Amanda, sorprendida.
Jonás se quedó en silencio, de pie bajo el quicio de la puerta.
—¿Qué pasa?— Preguntó Amanda, al ver el rostro de preocupación de su amigo.
—Necesito hablar contigo— Dijo Jonás, en voz baja.
Amanda lo hizo pasar y se dirigió a bajar el volumen del equipo de música. Él entró y se sentó en el sofá.
—¿Quieres algo para beber?— Preguntó ella.
—Bueno— dijo Jonás, sin muchas ganas.
Amanda fue a la cocina y volvió con un par de vasos de bebida, le dio uno a su amigo y se sentó junto a él.
—¿Qué pasa?— Preguntó Amanda, nuevamente.
Jonás estaba en silencio, con la mirada fija en el vaso. Tomó un sorbo de bebida, dio un hondo suspiro y levantó la vista al rostro de ella.
—Tengo que contarte un secreto— Dijo, al fin—, pero debes prometerme que me creerás todo lo que te diga... aunque... aunque parezca demasiado increíble.
Amanda se acomodó en el sofá para mirarlo bien y asintió con la cabeza.
—Promételo— Repitió Jonás.
—Lo prometo— Dijo Amanda.
Jonás se puso de pie, dejando el vaso en la pequeña mesa de centro, y comenzó a caminar de un lado a otro, ordenando las ideas en su cabeza.
—¿Desde cuando nos conocemos, Amy? ¿diez, doce años?— Preguntó Jonás, sin mirar a su amiga.
—Unos doce— Dijo ella.
—¿Y en esos años, has notado algo raro en mí?
Amanda lo miró fijamente pero él evitaba su mirada caminando de un lado a otro, nervioso.
—¿Eres gay?— Preguntó Amanda.
Jonás se detuvo y la miró, serio.
—Ojalá fuese sólo eso— Dijo.
—¿Entonces?
—Yo... yo... — Jonás no podía hablar y se notaba demasiado su angustia.
Amanda se puso de pie y se acercó a abrazarlo pero antes de poder tocarlo él la alejó de su lado.
—¡No me toques!— Gritó Jonás— No lo hagas más difícil.
—Me estás asustando— Dijo ella.
Jonás se dejó caer nuevamente en el sofá y bebió de un trago el vaso de bebida.
—Amanda— Dijo— Yo... puedo ver el futuro.
Amanda se sentó junto a él y le tomó la mano, aunque Jonás trató de evitarlo suavemente.
—Te creo— Dijo ella—. Pero no veo algo terrible en eso.
Jonás levantó la vista y la miró a los ojos.
—Es que no son cosas buenas, Amy, nunca lo son.
Ella lo miró en silencio pero con expresión de extrañeza.
—Puedo saber lo que pasará, y donde... pero no puedo hacer nada para evitarlo.
—El futuro no está escrito— Dijo ella. —lo construimos todos nosotros, cada día, cada momento.
—No. — dijo él— No es una cosa de acción y reacción, por lo menos no como lo crees tú.
—¿Qué significa eso?
—La mayoría de las personas creen que el pasado forja el presente... y que el presente crea el futuro...
—¿Y dices que no es así?
—No lo es. El futuro existe como es y es inevitable. Existe por sí mismo y no podemos cambiarlo aunque lo conozcamos, al contrario, todo lo que hacemos es en función de él... el futuro crea el presente.
Amanda no supo que contestar, en esos temas Jonás era más conocedor que ella.
—Desde niño he tenido... sueños— Dijo él.— He soñado con accidentes, asesinatos, hasta atentados terroristas los he visto antes de que ocurran. Y muchas veces traté de evitarlos, de alertar a la gente, pero siempre he fallado. Por más que lo intente no logro evitar que ocurran. Ahora lo acepto como lo que es... algo inevitable.
Amanda lo abrazó, al notar que los ojos de él se llenaban de lágrimas.
—¿Por qué me cuentas eso ahora?— Preguntó. —Nos conocemos hace años.
Jonás apartó su cuerpo del de ella. Y la miró a los ojos.
—Porque hace un par de horas, en mi casa, soñé tu muerte.
Amanda tembló, dudando.
—¿Mí muerte?
—Sí —Dijo Jonás—. Y la mía... y será hoy.
Amanda se puso de pie y caminó como Jonás lo hizo unos momentos antes; angustiada, confundida.
—¿Pero cómo?
—Un hombre entrará aquí— Dijo Jonás—, y te asesinará... y después a mí...
—¿Por qué?
—Nunca comprendo los porqués hasta después de que ocurren, y a veces ni siquiera entonces.
Amanda se movía nerviosa. Tomó aire y rápidamente se movió hacia Jonás. Le tomó la mano y lo hizo levantarse del sofá.
—¡Vamos!—Dijo —¡Salgamos de aquí!
—Eso no servirá de nada—Dijo él —Ya es tarde.
—¡No! ¡Nunca es tarde! ¡No mientras no ocurra! ¡Vamos!
—¿No entendiste lo que te dije?— Gritó él, llorando. —No es posible cambiar el futuro, no lo es. Ya es tarde.
—¿Por qué?
—Porque ya me dejaste entrar —Dijo Jonás, sacando un cuchillo de entre sus ropas y apuñalando a Amanda.
Jonás la abrazó mientras metía cada vez más profundamente el cuchillo. La miró a los ojos.
—Te amo, Amy, Amanda— Dijo, llorando —Siempre te he amado, en todos estos años... pero nunca pude decirlo... tenía miedo de vivir sin tu amistad después de un rechazo.
Poco a poco ambos cayeron al suelo. Los ojos de Amanda se apagaban, su expresión era de terror y sorpresa a la vez.
Jonás la dejó suavemente en el piso, muerta. Rozó la boca de ella con la suya.
—Perdóname lo que yo nunca podré perdonarme— Dijo Jonás, sacando el cuchillo del cuerpo de ella y apoyándolo en su propio vientre —Perdóname, mi amor, pero era inevitable.
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