Tú haces la noche, desplegando tu cuerpo oscuro sin lunares y sin sombras, sin cicatriz.
Nunca antes como ahora, la absoluta negrura sobre mí, ni este aroma intenso que acompaña a la levedad de la gota que se condensa y se evapora, se condensa y se evapora; que decanta en vasto torrente de agua espesa anegada en los canales subterráneos y estrechos de esta ciudad en que nos hemos transformado.
En esta humedad silenciosa donde naufrago, en este dejo de mi misma, me aferro a tu piel tirante y morena, me sumo a tu caricia, al deleite de recorrerte con la mirada del ciego.
Soy tu ciudadano, amo cada calle que me muestras, cada rincón sin luz llevada de tu mano, amo los espejismos de tus ojos, los veneros de tus labios, tu cabello apretado, tu oído en el que dejo caer la piedra de mis palabras, el cuenco de tu vientre donde sumerjo mi sed y la fisura que te rompe en dos.
Ahí, donde te abres generosamente al amor, donde la rama cruje y se separa en dos mitades, donde con un movimiento profundo exacerbas mi salida al mar, vuelco lo que soy y lo que tengo, vuelco el inequívoco rasgo de que existo.
|