DESEO

Desde que cayó el asteroide la vida en la tierra se transformó: los deseos ahora se hacían realidad. Los pocos sobrevivientes al principio tímidos e incrédulos ante la novedad hacían pequeñas pruebas para convencerse. Los primeros pidieron agua y víveres para ellos y sus familias, algunos pocos desearon salud; otros más arriesgados, comenzaron a pedir dinero, casas lujosas, grandes extensiones de tierra, un auto, un helicóptero, un avión, una isla, una ciudad. Los hombres se separaron en dos grupos bien definidos, los ricos que desearon mucho y rápido y los miserables que desearon poco o tardaron en desear. Me contaron de alguien que pidió un continente, pero ya había sido deseado por millones de personas en todo el mundo. En pocos días cada cosa en la tierra tuvo un dueño. Las calles tenían marca registrada y no hubo geografía sin membrete de propiedad privada. De pronto los ricos empezaron a morirse, caían a montones como el día del asteroide. Los exiguos médicos, pertenecientes a una frágil clase media, evaluaban infructuosamente tratamientos para combatir el nuevo mal. Ellos también morían sin diagnóstico y las montañas de cadáveres eran recogidas por los miserables del servicio de limpieza. Los miserables los aborrecían porque se habían adueñado de la poca agua que quedó tras la explosión y el deseo de venganza y muerte bastó para extinguir la primera generación de los ricos. Los miserables rápidamente llegaron a ser los ricos y más rápido que a la primera, empezaron a morir similarmente. El mundo estaba desolado, los sobrevivientes se podían contar como las familias de un pueblo, los jóvenes fueron los primeros en extinguirse, luego los niños, de manera que el mundo quedó habitado por ancianos. Los viejos discutieron por días sobre la fatalidad y lamentaron profundamente su soledad; cuando lograron ponerse de acuerdo desearon que todo volviera a ser como antes.

Octubre de 2007