Estaba tirado en el sillón sin pensar en nada y escribía en una hoja: “Es increíble lo fácil que puede resultar matar una mosca, pero son tan difíciles de atrapar que a veces, después de varios intentos fallidos, me pregunto: ¿Y para qué? Y me olvido de ellas".
Había sonado el teléfono celular dentro de mi bolsillo. ¿Podía ser que se tratara de algo importante? Lo más probable era que no, además, la única persona que conocía el número era uno de los dueños de la biblioteca pública del centro. El pobre tipo me había estado llamando desde hacía varios días para reclamarme unos libros que yo apenas recordaba. No atendí. De todas maneras no los habría podido devolver aunque hubiese querido porque Relrom ya se los había comido. Se había comido todo, era lo único que hacía y ya no quedaba nada.
Me acuerdo que el otro día vi en la tele (cuando todavía tenía) a un tipo que contaba que unos extraterrestres se lo habían llevado y lo habían llenado de cables y tubos, metiéndoselos en sus partes mas personales y privadas, y yo pensé que eso no era tan grave, que era peor lo que me habían hecho a mí.
Me visitaron en mi casa una tarde y después de una hora se fueron.
-Mirá –le dije a Romina cuando volvió del trabajo- vinieron unos extraterrestres y me dejaron Esto para que lo cuidemos.
Romina traía dos bolsas con comida y una carpeta con sus cosas. Colgó la cartera en el respaldo de una silla, dejo las bolsas y la cartera en el suelo y, antes de prestarme atención, lanzó un suspiro que por algo me sonó a insulto.
-¿Eso? –me preguntó, como si todo lo demás que le había dicho no fuese tan importante como la identidad de aquel ser.
-Eso es Relrom –le expliqué- y me eligieron... NOS eligieron para que lo eduquemos.
Pobrecita, estaba desconcertada.
-Pero ¿Cómo lo voy a educar si no sé ni lo que es?
Relrom la escuchó y, aparentemente, también sintió agresivas sus palabras porque enseguida se le tiró encima y se la tragó entera de un bocado.
Me senté en el suelo y me lo quede mirando. No me habían explicado pero yo sospechaba que no era un animal, una mascota de aquella raza superior que me lo había dejado (superior a él y a nosotros). Yo creía que mas bien se trataba de un delincuente, una criatura que había cometido un delito en su planeta de origen y que me lo habían traído a mí para castigarlo. Esto parecía tener sentido sino fuera porque el que parecía estar cumpliendo una condena era yo.
Romina no fue la única, todos mis amigos fueron devorados por Relrom a lo largo de esa semana durante la cual solo salí una vez para llevarme algunos libros de la biblioteca (Relrom se había deleitado ya con mi limitada colección).
Cuando las personas se acabaron, las víctimas empezaron a ser mis muebles, mis cosas... todas mis pertenencias y, cuando ya no quedaba nada más que el sillón (que supo respetar), mi vida se volvió algo aburrida, así que un día que lo vi descansando me senté frente a él y lo interrogué.
-¿Por qué te trajeron acá?
Silencio.
-¿Cómo puede ser que me hayan elegido a mí para educarte? A mí que no soy más que un hombre común y corriente, un habitante de un mundo muy lejano al tuyo.
Silencio y sonrisas.
-¿Algún día vas a parar de comer?
No dijo nada, no hizo nada, ni se movió, pero yo supe entender la respuesta: “No, nunca”.
Habrán notado que no me detuve a detallar mi encuentro con los extraterrestres. Esto se debe simplemente a qué solo estuvieron en mi casa una hora, la cual pasaron casi en silencio y observándome. Solo puedo remarcar que, a diferencia de Relrom, ellos (los tres) eran bípedos.
-Te elegimos para educarlo y cuidarlo, ahora es tu hijo –eso fue lo único que me dijeron, o al menos eso entendí al ver sus extraños y atractivos movimientos, que parecían frágiles frente a mi tosco cuerpo humano. La verdad es que no me hablaron al menos no en un idioma o una frecuencia que yo pudiera interceptar mediante los sentidos.
Pasaron dos semanas mas. Las paredes estaban llenas de mordiscos y las ventanas ya no tenían vidrios ni persianas. Ningún material, por duro que fuera, parecía resistirse a su poderosa dentadura formada por tres hileras de enormes y cuadrados dientes.
Esas noches sin ventanas descubrí que el frío que entraba desde afuera, que a mí me enfermó, no lo molestaba en lo más mínimo, y de a poco fui entendiendo que nada lo molestaba y que nada le importaba, solo seguir comiendo.
Relrom.
No me voy a gastar en describirlo demasiado. Medía un metro de ancho y medio de alto y tenía, por supuesto, una boca muy grande. Un solo ojo me miraba de ves en cuando desde abajo de su frente, y sus cuatro patas, que eran tal vez lo que erróneamente lo hacían pasar por un animal, eran absolutamente diferentes en forma y color al resto de su cuerpo. Sus orejas eran muy largas, como las de un burro, pero rojas, mientras que su torso o lomo, era azul, azul brillante.
Intenté relacionarme con él, ser su amigo y le conté algunas historias, pero no le gustaron, o al menos eso parecía; sin embargo yo sé que me entendía y, aunque me hubiese ayudado mucho recibir una respuesta, al menos gestual, no la recibí.
Pero claro, como todo, esto también debía tener un final y, según yo creía, el momento para ese final había llegado. Tenía que matarlo.
La decisión de cómo lo haría tardo mucho en llegar. No me parecía que un cuchillo fuese a tener algún efecto dañino sobre su piel ya que, días antes, lo había visto engullir los vidrios de todas las ventanas sin problemas. En base a esto, no parecía posible lastimarlo físicamente, ¿Cómo se puede matar a un ser que no sangra? Tenía que dar con su punto débil.
Finalmente, dos noches mas tarde, encontré la solución.
Hará cosa de tres días fume mi último cigarrillo, y cuando digo último me refiero a que ya no tengo dinero para comprar más, el se había comido mi dinero. Las únicas cosas que quedaban, además de mi sillón, eran una hoja, una birome y mi teléfono celular, que yo había salvado intencionalmente.
Volviendo a lo del cigarrillo. Recuerdo que cuando lo prendí, solté el fósforo y lo dejé caer al suelo (ya no me importaba, ya no tenía alfombra). Relrom se acercó y lo piso antes de que la débil llama se extinguiera y, acto seguido, su pata se prendió fuego, cual hojas secas, en cuestión de segundos sin que aparentara dolerle. Sin embargo, pude ver en su rostro que se asustó. Lo pateé hasta que logré apagarlo y entonces me di cuenta de que esa era la manera de matarlo, de que su piel era extremadamente inflamable.
Fue ayer a la noche, pasadas las once, que decidí hacerlo. Encendí un fósforo y me acerqué, pero él ya conocía el fuego, había sentido su poder en carne propia solo un día antes y no le tomo mucho descubrir mis intenciones. Antes de que pudiera hacer nada, pasó corriendo junto a mí y, después de derribar la puerta como si fuese de cartón, desapareció y jamás volví a verlo.
Miré el fósforo que seguía en mi mano, apagado debido a la corriente levantada por su corrida, y me sentí estúpido. Me dejé caer en el sillón y me quede observando la casa vacía, las estrellas en el calmo cielo a través de las ventanas desnudas y pensando en las moscas, tan fáciles de matar pero tan difíciles de atrapar y me adormecí preguntándome si Relrom había sido mi mosca del ejemplo o si yo había sido la suya. |