Toda historia tiene un comienzo y todo comienzo es un "Érase una vez..." Sí, mejor cuento un cuento. El de una niña, una manta mágica y un viento frío que soplaba fuera.

Había una vez una niña que buscaba el significado de una palabra. «¿Qué es "querer"?» le preguntaba a su espejo, pero su reflejo no contestaba, él tampoco sabía lo que era sentirse querido. Se llenaba la mochila con la esperanza de encontrar alguna respuesta y saltaba al mundo a buscar sonrisas. Pero era muy pequeña y tras los primeros gritos se le caía el alma al suelo y se arrastraba a su castillo secreto a llorar su soledad. «¿Porqué?»... preguntaba sin entender...
Observaba su entorno. Buscaba el resto de caras... y todos miraban hacia otro lado. «¿Es que nadie me ve aquí? ¿Es que nadie me va a ayudar?» Pero además de no verla tampoco la escuchaban. De nuevo a sus aposentos, a su castillo secreto lleno de sueños.
Se miraba en el espejo otra vez «¿De verdad soy tan torpe, tan inútil y tan estúpida? ¿De verdad no valgo para nada?» pero su reflejo seguía sin contestar. Se limitaba a mirarla sin saber si reír o llorar, agachaba la cabeza y se retiraba en silencio.
Y esa niña se quedaba sola, acurrucada en un rincón y muerta de miedo.
Y lloraba y lloraba y su castillo se inundaba de lágrimas. Se ahogaron los duendes con sus sueños, los tricornios con sus deseos, las hadas con sus bellas esperanzas... Y el castillo quedó sumido en el silencio, sumergido en un profundo sueño.
La joven princesa aprendió a no sentir nada. Descubrió lo vacío que había estado siempre su reino y encontró un hilo mágico con el que tejer soledades. Tapó cada ventana con una manta de silencio y recogió todo lo que aun quedaba vivo e hizo más pequeño su castillo... tan pequeño que nadie se diera cuenta de que existía. Quedó entonces una minúscula habitación donde guardó sus tesoros y quedó encerrada a la espera de que alguien le regalase algo de luz.
Pasaron los años y su reflejo salió del espejo y empezó a caminar por ella. «Toma, te traigo emociones y sentimientos. No te mueras ahí dentro» Y empezó a entrar a ese cuarto y arroparla de vez en cuando para que no llegara a enfriarse demasiado. Fuera el viento soplaba frío y ese reflejo le traía mantas con las que arropar sus miedos.
Entonces un día se sentó a su lado y empezó a contarle lo que se había reflejado en él durante la ausencia de la pequeña.
«Mi querida princesa, no podéis permanecer aquí eternamente. Llorar vuestro silencio sólo os traerá más dolor. Levantad la vista y aprender a leer los pequeños detalles, en ellos veréis que reside el cariño y poco a poco descubriréis el significado de esa palabra que ya olvidasteis pronunciar. Buscad en los gestos más suaves, las sonrisas más sutiles y despertad de vuestra soledad. No os pido que abandonéis vuestro pequeño castillo, pero al menos mirad fuera que no todo es tormenta.»
La pequeña le miró sorprendida. Tenía razón, podría intentar alimentarse con esos pequeños asomos de afecto. Y aprendió a leer entre líneas, gestos, miradas... con eso le bastaba. Su reflejo le ayudó a retirar las mantas que tapaban sus ventanas y al ver entrar la luz la princesa observó cuánto guardaba allí dentro. Estaba abrumada por todo lo que había escondido durante tanto tiempo y decidió regalarlo. «No quiero ocultar aquí nada que me haga arrepentirme de no haberlo regalado a quien lo necesite. Toma, llévale este abrazo a aquél que veo que llora, y este beso a ese otro que sueña con la luna... » Y así decidió emprender la hazaña de acercar a otros castillos todas las sonrisas que le dejasen repartir. Y descubrió la grandeza de cada pequeño agradecimiento. Se sintió grande y empezó a llenar sus cajones con sonrisas ajenas y así ella aprendió a sonreír también.
Pudo observar cómo aquellos agujeros, aquellos vacíos, iban desapareciendo. Empezó a tapar huecos y se dio cuenta de que la hacía feliz ese nuevo camino emprendido. Aunque siempre se reservaba su abismo. Algunas noches le gustaba recordar el mundo de sueños que escondía en su interior y no compartía con nadie sus miedos. Si confesaba sus secretos podrían derrumbar su castillo. No concebía la idea de desvelar el punto débil de su reino, eso podría destruirlo, así que se pasaba muchas lunas buscando la forma de que siguiera oculto... que ni su reflejo encontrara la forma de llegar allí.
«Mi querida princesa, yo sólo soy un triste bufón que obedece sus ordenes. Si queréis que no entre en ese mundo, no entraré, si queréis que lo lleve a otra parte, lo llevaré. Pero recordad que soy vuestro reflejo y eso precisamente... os hace mi prisionera. Esa fue vuestra decisión cuando me dejasteis salir del espejo. Yo camino fuera y vos sentís aquí dentro, pero ni yo entro del todo ni vos podéis salir. Por eso no temáis, que vuestro abismo está bien oculto. Aunque nos saltamos por alto un pequeño problema. Ese abismo... ¿crece o mengua? Si crece demasiado nos sumirá a todos en su oscuridad. Pensadlo bien, princesa... »
Entonces la pequeña niña empezó a preguntarse el tamaño de las cosas. De dónde venía y a dónde iba todo. Porqué algunas cosas eran de unos tonos y otras de otros. Porqué había pintado la misma pared de colores distintos dependiendo de la brocha...

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Esa princesa aún mira su abismo y ese reflejo aun recoge emociones para ella. Cada día se reúnen en el castillo y un bufón un poco loco baila para una niña hasta hacerla reír.
Y así pasan las noches, pegando sonrisas en las paredes para que al amanecer sea lo primero que se pueda ver desde esa pequeña habitación.