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Ella seguía estando allí, como cada mañana. Envuelta en su serena belleza digna y recatada. En el mismo lugar de cada día, a la misma hora del día. En el mismo vagón del mismo tren.
A poco, cuando el convoy comenzó a traquetear sobre el monótono chirrido del riel, apareció el hombre:
---, Billetes, por favor...
Los largos dedos de la bella mano de la joven mujer de presencia exquisita, inundaron de femineidad la estrecha estancia. La delicadeza de esa mano, de gesto reposado, volvió a impresionar al hombre, nuevamente. ¡ Qué ternura en ese ademán tan sencillo y repetido ! ¡ Qué serena mirada, la que cada mañana, se habría a su vida ¡...
El corazón del todavía joven, inmerso en una leve ensoñación, volvió a latir con un ritmo nuevo, alegre, desconocido. En el transcurso del tiempo, había esperado el nuevo día, ansiosamente, para seguir sintiendo aquel nuevo y extraño palpitar, que le hacía sentirse otro hombre, un ser distinto, especial, más bueno.
Los ocasionales viajeros de ese tren, lo notaron también. Ya no exigía el billete. Si algún pasajero se demoraba en ese gesto desganado, seguía al siguiente viajero, al tiempo que la premura y la precipitación, hacían que los billetes, muchas veces, escaparan de sus temblorosas manos.
Volver, retornar al compartimiento en donde ella estaba. Volver, le ordenaba una voz apremiante que nacía en su interior, anclada en el ansioso torbellino de un tierno y desconocido amor.
Tras el cristal de la puerta de entrada, los soñadores ojos de la joven seguían recorriendo pausadamente, las páginas de un libro. Desde el pasillo entornó sus ojos el hombre, con el ferviente deseo por robar la imagen de la bella, para contento de su callado y a la vez sufrido amor.
Transcurrieron muchos días.¡ Qué lentos pasan los días de espera para un corazón enamorado. !
Más, una imprecisa mañana, la blanca toga sobre la cabeza de la mujer trocó, con sorpresa y con dolor, la dulce presencia de la bella. ¡ Qué amargo es el desengaño ! ¡ Cuán amarga es la lágrima que se desprende de él.!
¡ Oh Dios ! qué lacerante, qué agridulce tormento.
Te quiero, con el tierno amor con que se quiere a un niño, sentía el muchacho bien adentro de su alma.
“ Sé que soy libre de amar, cuando los demás aman, leía la novicia.”
Por qué no puedes darme a mí el amor que le das a tu Dios?- seguía preguntándose.
“ Soy libre cuando deseo amar a quien yo amo. “
Por qué no puedes quererme con el mismo intenso amor humano que te profeso?
“ Soy libre al pensar que puedo amarte, pero sé que no debo amarte. “
Me mata tu indiferencia. La frialdad de tus sentimientos, destrozará mi vida.
“Amar es doloroso, pero, amor es dolor. Te recuerdo que, quién bien te quiera...te hará llorar “...leía la novicia, la joven monja.
Entretanto, el tren, seguía con su acompasado traqueteo, con el chirrido de su destino unívoco; libre.

Robert Bores Luís
P. de A. 15-06-2008

Texto agregado el 16-06-2008, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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