PANGE LINGUA, por Jaime de Nepas.
Cae el sol, cae la tarde entera y se viene otra noche más, tan negra como una sotana. Negrura sobre negrura, la noche es como si te obligaran a acurrucarte debajo de la sotanaza raída, desgastada y sucia del padre Huevo, que tiene la cabeza apepinada y calva como un huevo y un despacho que huele a huevo podrido. Odio la noche, odio el colegio, odio las sotanas, odio los curas y, sobre todo, odio el anochecer de los domingos porque no se acaba una semana, sino el mundo entero, porque la esperanza de la mañana no se ha cumplido, como no se cumplen casi nunca las promesas de las vísperas.
Nos dijeron ayer que iríamos al río porque hacía sol y estamos en mayo. Dábamos saltos de alegría pensando en el baño, en la bolsa que repartirían en cocina con el bocadillo de tortilla y alguna fruta, en escaparnos a robar cerezas o albaricoques, en buscar nidos de pájaros, en corretear por la pradera. Iba a ser un buen día, lo sabía todo el mundo, pero los grajos nos llevaron, en vez de al río, al convento de los oblatos a oírles cantar a coro, y después, a ver cómo jugaban al baloncesto con unos frailes de otra marca, de otro pueblo. Me pregunto qué buscarán con esta manía de fastidiar.
Al mediodía se empezó a nublar el cielo. Vaya, nos dijimos, nos abren el cine. Pero no, parece mentira que lleve ya tres años en el colegio y no haya aprendido que estos curas te sacan a la calle el día que llueve, y te meten en el salón de actos cuando hace buen sol. Y además, qué cine, qué películas: le hemos pedido al administrador que nos echen alguna de color, de esas que hemos visto anunciadas en el cine Odeón, como Ivanhoe, Ricardo Corazón de León o Piratas del Caribe, pero, nada, qué ilusos, los días claros, despejados y calentitos, los días que da gusto estar en el calle o en el campo te echan Currito de la Cruz, Molokai o Marcelino Pan y Vino. Toda la tarde estuvo sin dejar de llover, poco, pero sin parar. Los curas ordenaron que jugáramos la final del torneo fútbol: los de cuarto contra los de preu porque nosotros habíamos eliminado a los de quinto, y ellos a los de sexto. O sea, los que tenemos catorce años contra los que ya tiene diecisiete o dieciocho. El campo estaba hecho un patatar recién regado, y el balón pesaba tanto que casi no podíamos con él. Íbamos cero a cero cuando a Goyo, nuestro portero, se le escapó de las manos una pelota tonta y entró. Y los gilipollas de preu, campeones del torneo. Mierda. Qué refrán más cierto es el que dice que lo que mal empieza mal acaba. Todo se derrumbó, nada de lo que prometía el día se cumplió. Sólo una cosa fue divertida y no estaba prevista. Camino todo el colegio hacia los campos de fútbol nos tropezamos con las borregas por la huerta del obispo. Las borregas son las chicas del colegio de la Divina Pastora. ¡Qué rato más bueno! Delante de nosotros iba el cura Luis, el de la voz de pito. Delante de ellas, un par de monjas, y los dos grupos en filas de a cuatro. El camino es estrecho y está entre la pared de la huerta y el arroyo Moral. En cuanto don Luis vio a las chicas asomar por la curva de allá empezó a hacer aspavientos como indicándoles a las monjas que no avanzaran, que se fueran para atrás, pero las monjas o no lo entendieron o no le hicieron el menos caso. Lo que sucedió entonces fue que las chicas que iban en cabeza, las mayores, muertas de risa casi todas, empezaron a cimbrear la columna para evitarnos a nosotros, o sea, nuestra marcha buscaba chocar con las chicas, y ellas separarse, a sí que las dos columnas iban del arroyo a la pared y de la pared al arroyo como rabos de lagartija. Las monjas, ya digo, iban hablando entre ellas y no se ocupaban de otra cosa, y don Luis gritaba “¡niños, niños!” para que nos arrimáramos al arroyo, y así nos cruzamos al final, aunque nadie pudo evitar empujones, pellizcos, roces y gritos. Don Luis sacó del bolsillo su libretita y se hartó de apuntar los números de los revoltosos.
Fue lo mejor del día, y lo peor esto de ahora, el Pange Lingua, que es lo que más odio. Todos los domingos, lo hayamos pasado bien, mal o regular, nos los rematan con el maldito Pange Lingua. Lo hacen para joder, estoy seguro. Como dice el Nuevo Testamento que el que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado pues los grajos te hacen el favor de hundirte para que te ensalce sabrá dios quién. “Es un homenaje a la eucaristía, un homenaje a Nuestro Señor”, repite la voz de pito de don Luis. Pues muy bien, que lo pongan voluntario, que pongan voluntario ir a misa, pero, claro, tienen miedo de que sólo vayan cuatro pelotas, cuatro meapilas y cuatro chivatos. Ahora mismo puedo decir los doce que irían fijos a la capilla. Además, esto del Pange Lingua, ¿qué es? No es misa ni rosario ni oficio. “Es un servicio”, dice don Luis. ¡Bah! Una lata, eso es lo que es: mucho latín, mucho abrir y cerrar el sagrario, mucho alzar y bajar la hostia, mucho cantar el Pange y mucho incienso. Míralo, el chivato del Vázquez otra vez haciendo de monaguillo, moviendo el incensario para avivar las ascuas.
Pange lingua gloriósi, Corporis mysterium,
O sea, “Canta lengua el misterio del Cuerpo glorioso”, se me da bien el latín, tres cursos y tres notables. Al cuerpo que le vamos a cantar, pero bien cantado, es al del Vázquez, ese que está con el incensario como diciéndonos “toma, toma y toma”. Si le quitas las gafotas se parece al Marcelino de Pan y Vino, sólo que entonces no vería ni un cura encima de un montón de yeso. Le llamamos Trini porque es trino y uno, como la Santísima Trinidad: es meapilas, chivato y pelota; en una palabra, un cabrón. Este bicho va a los lavabos a oler humo y a oír meneo de paja. Cuando encuentra pieza, mira por debajo de la puerta, que les falta una cuarta para llegar al suelo, y se fija en los zapatos. Luego, en los recreos o en los pasillos, va cabizbajo y recogido como si estuviera en ejercicios espirituales, cuando en realidad sólo busca identificar los zapatos del retrete para ir corriendo al despacho del Huevo o de don Luis o de cualquier otro cuervo. Un día entramos el Látigo y yo en los lavabos de los mayores a fumarnos a medias un cigarrillo, y pillamos al Trini husmeando en el interior. Así que nos vio casi se caga.
- No me pegues, Gallo, no me pegues, que no he hecho nada- dijo poniéndose los brazos cruzados sobre la cara.
- Que no te pegue, que no te pegue, so mierda, que no eres más que un mierda. Te voy a partir la cara, gilipollas, más que gilipollas. Como te vea otra vez metiendo tus narizotas por los lavabos te capo y tiro tus cojoncillos por el retrete. ¿Te enteras o no te enteras?
- Déjame, Gallo, déjame- lloriqueó el mierda. Le solté las solapas del guardapolvos, el Látigo le dio una patada en el culo y nosotros nos fumamos un cigarrillo mentolado que sabía gloriosi.
Sanguinisque pretiósi quen in mundi prétium…
Que sí, de acuerdo, la sangre preciosa que derramó como rescate del mundo, el Cuerpo glorioso, claro, pero para sangre la del Trini, porque el muy cabrón no se quiso enmendar. Lo pillamos de nuevo, sólo que esta vez, con el Látigo y conmigo venían los Bueyes, dos mellizos callados que siempre van juntos y que te consiguen en este colegio lo que parece absolutamente imposible: un martillo que clave una puerta, una radio para oír música, una navaja para cortar un salchichón robado, una calabaza con la que hacer una calavera, una vela. Uno se llama Benigno, y el otro, Gervasio.
- ¿Tenéis una cuchilla? -les pregunté a los bueyes-. El Gervasio tenía un paquetito de las que usan los hombres para afeitarse y nosotros para afilar lápices. Estaban oxidadas.
A los Bueyes les dije que se pusieran en la puerta y no dejaran entrar a nadie. Me fui a por el Trini con la cuchilla en la mano.
- Sujétalo por detrás- le dije al Látigo, que le ató las manos a la espalda con una de sus manazas.
Olía mal, muy mal, como a colitis verdosa, a moho, a retretes desportillados de esos que tienen un agujero y una cadena sucia, a espejos sin azogue en las esquinas, a cuarto sin ventilar porque sólo tenía un ventanuco, a seminario viejo.
- ¿Qué te dije el otro día si volvía a verte con tus guarradas? ¿Te acuerdas? Venga, bájate los pantalones. ¡Bájatelos he dicho!
El Trini se puso a gritar.
- Tápale la boca- le pedí al Látigo. Me agaché para cogerle aquel pito de birria, pero el Látigo me dio un empujón y liberó al Trini.
- Déjalo, ya tiene bastante
Me levanté de muy mala leche.
- Dime, capullo, con qué mano te la meneas, venga, porque tú te haces pajas como todos los demás. A ver, venga, que te veamos cómo lo haces.
- Déjame, Gallo, no te he hecho nada ni te haré nada- lloriqueó.
- ¿Te haces pajas sí o no?
- ¡Sííííííííí!
- Ah, pues muy mal, muy mal. Tú que eres tan católico y tan beato sabrás eso de la Biblia, ¿no? “Si tu mano o tu pie son causa de pecado ¡¡¡córtatelos!!!” Lo repite el padre Huevo en todos los ejercicios espirituales…
- Vaaaale ya, Gallo.
- Pues córtate esa mano- y le tendí la cuchilla. Pero la cogió el Látigo, la tiró a un retrete por encima de la puerta
- Vámonos, dijo.
El Látigo y yo somos amigos, nos entendemos muy bien, pero algún día de estos la voy a tener con él.
Verbum caro, panem verum, Verbo camem éfficit.
Eso, el Verbo convierte el pan en carne y el vino en sangre de Cristo. Chúpate esa. Sólo una palabra y ¡zas! te comes y bebes al mismísimo Cristo. Pero, ¿cómo se atreven a predicar esta sandez? ¿Creen de verdad que nos lo creemos? Yo no. Ni esto ni muchas otras cosas. Con lo de la Virgen preñada por el Espíritu Santo ya es que me meo de risa. Y no digamos con eso de que te echan agua por la cabeza y ya estás limpio del pecado original. Parece cosa de locos. ¿Y lo de ir al armario –como les dice el Látigo a los confesionarios- a contarle tu vida a un grajo? Se acabó. La última vez que me confesé fue en enero y no pienso volver a hacerlo jamás. Don Luis, el de la voz de pito, me dijo un día:
- Con lo bien que se te da el latín y lo poco piadoso que eres, Pinilla.
Y yo pensé, qué tendrá que ver una cosa con otra, igual que si me dice “se te dan bien las matemáticas pero comes mal”. Yo los cursos los saco adelante, pero en Piedad, Urbanidad y Conducta suspendo casi todos los meses. Ahí el que saca dieces es el Trini, y en las asignaturas tiene un aprobado inmerecido porque es un pelotillero. No me confieso y no voy a comulgar. No me da la gana. El Huevo, ese que se está arrodillando y se levanta y sube la hostia con los ojos cerrados como si quisiera levantarse del suelo, ese cura es el encargado de abrirnos las cartas y los paquetes de comida que nos mandan desde casa. A ver por qué tienen que hacer eso. Yo le digo a mi padre, “si me mandas un billete de veinticinco pesetas ponlo en la carta”, y si me mandáis un paquete de comida pues me decís por carta “te mandamos esto y lo otro”. El Huevo llama a los niños a su asqueroso cuarto y les enseña el paquete, pero en vez de dárselo les hace que se arrodillen en el reclinatorio morado que tiene y les suelta un sermón de esos que dicen en los ejercicios espirituales, con mucha muerte, mucha resignación, mucho sacrificio, mucho Cristo sufriendo en la cruz por ti y todo eso. Algunos chicos salen llorando. Yo, no. A mí me llama, me da la carta o el paquete y se acabó, pero un día hace cosa de un mes lo intentó. Mis padres me habían mandado una caja de zapatos con dos libras de chocolate, una vuelta de chorizo y un solomillo pequeño curado. El cura había desatado la cuerda y revuelto los periódicos que envolvían la comida.
- Tus padres se sacrifican por ti –empezó- y no sé si tú les correspondes adecuadamente.
- Llevo bien los cursos- dije algo seco, con ganas de arrancarle el paquete y salir corriendo. Él dejó la caja de zapatos al lado de un crucifijo negro de pie y puso una mano sobre ella:
- Alimento para el cuerpo este que te mandan, pero el alimento para el alma nos lo han confiado a nosotros. ¿Cómo va eso hijo mío? Dicen mis hermanos que no eres piadoso.
Apartó la mano del paquete y creí por un momento que me iba a decir “cógelo y vete”, pero se sentó en una silla negra que tiene un respaldo como una sepultura y me señaló el reclinatorio:
- Arrodíllate, hijo mío.
Me quedé de pie pensando en lo que me pedía. “Yo he venido a por un paquete y no a confesarme, no tengo por qué arrodillarme”, eso pensé en contestarle, pero no me salían las palabras, así que ni me arrodillaba ni le contestaba lo que yo quería contestar. Estaba furioso conmigo mismo por mi indecisión, callado, y él lo tomó como una desobediencia.
- ¡Eres un rebelde, y Jesús quiere a los niños mansos de corazón!- gritó levantándose. Respiró hondo, juntó las manos dedo con dedo y me apuntó con los índices como una escopeta de dos cañones.
- Pinilla, Pinilla, tú eres valiente como san Tarsicio, inteligente como Tomás de Aquino y sincero como Pablo de Tarso, pero te falta la humildad de san Agustín- dijo alargando lentamente la mano hacia mi cara, la mano blanca que tiene pelillos negros por el dorso, la mano con la que bendice y amenaza, la mano que alza la hostia y te da una bofetada.
- ¡Dice mi padre que no me toque!- solté. No lo tenía pensado ni lo pensé en el momento, lo dije sin querer y mi padre jamás me dijo nada parecido. El cura retiró rápidamente la mano, como quien va a coger un ramo de amapolas en el campo y se encuentra una víbora. Se frotó con fuerza una mano contra otra como si quisiera hacerse daño y dijo perdón, perdón no sé cuántas veces, “no pensaba hacerte nada, hijo mío”. Luego retocó los periódicos, puso la tapa y me entregó el paquete. Salí a todo correr, más feliz que un burro en un berzal, que dice mi abuelo.
Genitori, Genitoque laus et iubilatio
Alabanzas y júbilo para el Padre y el Hijo. Estamos acabando, última estrofa del Pange Lingua. Y panges que aguantar me quedan tres, los domingos que restan para acabar el curso, reválida incluida. No pienso volver. Ya se lo dije a mis padres en semana santa: “no vuelvo a este colegio, haré el bachillerato superior en el instituto, no quiero más curas, ya me vale con tres años”. El Huevo coge ahora la jícara de metal, abre la tapa y con una cucharilla esparce resina sobre las ascuas del incensario del Trini. Esto es la fiesta final del humo. Incienso para acá, incienso para allá. Toda la capilla está llena de humo, de olor espeso, de aburrimiento. Esta tarde cuando volvíamos de los campos de fútbol me he visto reflejado con los demás en los escaparates de los Almacenes García. Con nuestros guardapolvos grises por debajo de la rodilla me ha parecido que éramos una procesión de tenderos de ultramarinos, o de presidiarios. En tres semanas, libre como un pájaro. Cojo la maleta y el tren, y a casa. Me gustan los trenes. Sueño con subir a la locomotora y que el maquinista me deje conducirla y tocar el silbato. Ya me estoy viendo asomado para ver si las vías están llenas de curas vestidos con casullas de oro y blanco, de verde y oro, de morado y oro, que parecen banderilleros porque a toreros no llegan. Pondría la máquina a toda marcha para que los fuera despanzurrando y echándolos a las cunetas. Amen
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