Algunos venturosos, que son sabios, logran que sus mentes y sus cuerpos recorran el viaje de la vida de la mano. Otros, como es mi caso, no tienen esa fortuna.
Mi mente se quedó en la adolescencia o en los primeros años de la juventud, mientras que el cuerpo no abandonó el ciclo de los años y se marchó por su cuenta.
Mentalmente puede decirse que tengo unos 20 años, mi curiosidad sigue viva y mis expectativas también. Pero la carne, esa envoltura de plástico, sigue su viaje al paso de las lunas y de los días. Llevo unos dos meses con unos dolores extraños en las piernas y, como mi mente se niega a asumir ese dolor, propio de los ancianos, ha ido posponiendo la visita al galeno. Hoy, en un ejercicio de voluntad, me decidí a visitar a uno de esos especialistas en la mecánica del cuerpo y me puso al día de lo que suele suceder a los humanos. El cuerpo, querido paciente, es como un automóvil. Con el paso de los años se va deteriorando. Al principio son unos pequeños ruidos en el cierre de las puertas o en algún mecanismo extraño del motor. Algo mas tarde se producen algunas averías graves en los frenos o en el carburador que obligan a su sustitución por nuevas piezas, y un poco después, el armatoste, sin causa aparente, se detiene y la única solución es su retirada, dolorosa, al desguace. Lo normal no es la parada súbita, sino el desgaste disimulado, los pequeños ruidos, los inusuales dolores…hasta que llega la parada total, definitiva, irreversible. Aceptarlo es de sabios. Ignorarlo suele llevar a la catástrofe antes de tiempo. Usted dirá, querido paciente…
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