Deja la dicha irse al mástil más alto. Ten piedad de ti. Urge a la voz castrar el desaliento Urge renacer. Irrumpe el viento y las olas cansadas besan la orilla. Mutuo el sostén. Van de la mano siempre. El hueco y el vaso. El bosque umbrío esconde los caminos. Silban los ríos. Da de los huesos el nutriente dormido. Y oxigenado. La vida pongo en la palabra escrita. Limpio mis venas. Podar el alma con el verso sangrando. Mata el deseo. Después del viernes Guardo los huesos rotos en los bolsillos. Espejo roto. La boca abierta y muda. Esconde el rostro. A cielo raso vive quien muere a diario. Vencido y preso. Tierra baldía donde siembro la voz. Se pierde el fruto. Come y no josa. Arrojado al chiquero el cerdo muere. Sobre el teclado unas manos atacan. Con la hoz podan. Una luz verde penetra por los ojos. La venda arranca. Un corazón sale del pecho atado. A contra tiempo. Con dientes rotos evita la caída. Sonríe al prójimo. Alguien se acerca con el arma en la mano. Dispara y reza. Un elefante pisa tierra desierta. Mala memoria. Lago formado por el agua del grifo. Charco seguro. Vacía el arca. Arrecia el aguacero. Nadie aparece. Un canto muere. Un corazón se trunca. La voz se apaga. El aire falta. La sangre se detiene. Alumbra muerte. Con sed mi boca busca el manantial seco. Emerge el agua.
Texto agregado el 16-06-2008, y leído por 332 visitantes. (7 votos)