Ella caminaba con pasos pausados, sin prisa. Por esa vereda, en donde los paraísos estaban despojados de sus hojas por el otoño.
Su mirada se fijo en esa casa. De ladrillos desgastados por el correr del tiempo. Donde los helechos se abrazaban con sus raíces a ellos.
La puerta de entrada, con vestigios de pintura, donde el oxido formaba matices rojizos.
Su menté abrió la puerta, escuchando el rechinar de las viejas bisagras. Cerrándose tras ella.
Doblo hacia la izquierda. La galería le dio la bienvenida con sus pisos de baldosas con motivos arabescos. Los pilares de hierro sujetando ese techo, en donde las maderas carcomidas por esos insectos que se deleitaron con su sabor. Y ese bando de ondas que parecían guirnaldas descoloridas.
Las puertas de las habitaciones se abrieron a modo de recibimiento, dejando ver su interior. Camas de cabezales de bronces, acolchados hechos a mano, cortinas de encaje con esa puntilla hechas a mano en su terminación. Y esa bandeja y jarra de porcelana llena de agua.
Cada una encerraba una historia, de llanto, alegrías y penas.
Ella siguió caminado hasta llegar a la cocina, tropezando con ese hueco que dejo ese ladrillo que nunca se coloco.
Las sartenes negras, descansando en la cocina de hierro. Acompañados por la pava grande de aluminio y asa blanca.
Se sentó en esa silla de asiento de esterilla y respaldo roto. Mirando la mesa con su mantel de plástico y tazones de leche humeando.
Ella se levantó volviendo a la galería. Quedando frente a ella esa piedra de afilar. Y la bomba de agua que perdía dejando escurrir cada gota que formaría un camino en al tierra. Mojando ese limonero al final de el.
De repente ella sintió un tironeo en su ropa. Trayéndola nuevamente a la realidad. Una voz dulce le dijo.
--Mama podemos volver a casa, me pierdo mi programa favorito.
Y ella con dulzura le respondió.
--Si hijo., pero antes déjame despedirme de esa casa.
Así ella y su hijo siguieron por la vereda de enfrente entre recuerdos y hojas amarillas.

Patricia 10-06-2008