¡Odio los vampiros!
Antes me caían mal. Ahora los odio.
Íbamos los tres en el auto de David, Cristian sentado a su lado, yo sentado atrás jugando tetris en mi celular. Oíamos un disco de Pink floyd, el “Pulse”. Cristian decía algo sobre el alza de los combustibles, David solo respondía monosílabos, como era su costumbre. Yo ya estaba en el nivel 15 del tetris. Paramos en un servicentro y me mandaron a comprar los cigarrillos y un pack de cervezas.
¡Odio la cerveza! Pero odio más los vampiros.
Pagué en la caja. Seis cervezas y tres cajetillas de cigarros. Voy cruzando la puerta del local cuando veo las tres motos pasar por la calle. No les di importancia, pero mi instinto me dijo que algo malo pasaría a continuación.
Subí al auto y encendí un cigarrillo. Seguimos por la avenida oscura unas cuantas cuadras y viramos por una calle angosta y aún más oscura. Eran casi las tres de la madrugada. Nuestro destino era la casa de Melissa, a su fiesta de cumpleaños, y nos atrasamos por la simple razón de que David se quedó dormido y llegó tarde a recogernos.
Llegamos a una plaza y David detuvo el auto. Discutimos unos minutos, ninguno recordaba bien por donde teníamos que seguir y ninguno tenía minutos en los teléfonos para pedir instrucciones. Un teléfono público era nuestra salvación y vimos uno a media cuadra junto a la plaza. De nuevo, me mandaron a mí a llamar. Me bajé del auto y revisé las monedas que llevaba en el bolsillo. Encendí otro cigarrillo y tomé el auricular del teléfono. Como es natural, estaba fuera de servicio.
Oí las motos tras de mí. Fue demasiado rápido. Los tres tipos se bajaron de sus motos y abrieron las portezuelas del auto. David salió volando unos metros cuando el vampiro lo tomó de la chaqueta y lo sacó con fuerza. Yo solté el teléfono y corrí hacia el auto. Uno de los vampiros corrió hacia mí y dio un salto cayendo a mis espaldas. Me tomó de la cabeza con la clara intención de descubrir mi cuello. En un movimiento instintivo, usé mi cigarrillo para defenderme, metiéndolo en su ojo. Me giré cuando el vampiro me soltó y le di una patada entre las piernas. Oía los ruidos de la pelea en las cercanías del auto pero no podía mirar, el vampiro frente a mí se recuperó rápido. Me mostró sus colmillos, emitiendo un ruido extraño, amenazador. Por un segundo me paralicé, segundo que aprovechó para tomarme del cuello y lanzarme contra el teléfono. Eso dolió.
Miré hacia el auto, uno de los vampiros sostenía la cabeza de mi amigo Cristian, la había separado de su cuerpo, la sangre emanaba del cuerpo tirado en el suelo. El otro vampiro tenía a David de rodillas, y tomándolo desde atrás le succionaba la sangre del cuello.
¡Odio los vampiros! ¡Los vampiros mataron a mis mejores amigos!
El vampiro que estaba conmigo dio un paso sonriendo, limpiando la ceniza de su rostro. Me tomó del pelo y me levantó. Me dolía la espalda. Por sobre su hombro pude ver como se acercaban sus compañeros. En treinta segundos ya estaban los tres rodeándome. Tres vampiros, sólo yo. Dos de ellos con las bocas llenas de fresca sangre, la sangre de mis amigos. El otro con cenizas de cigarro en su ojo, cenizas de mi cigarrillo.
El vampiro me soltó el cuello. Caí rodilla a tierra. El olor de los tres junto a mí era insoportable. Malditos seres de la noche, que ven a los humanos comunes como simple comida, que se sienten superiores.
Levanté la vista y sonreí. Eso les pareció extraño, quizás esperaban que suplicara o algo así. Se miraron entre sí y se dijeron algo que no entendí, en una lengua extraña y secreta de ellos. Volvieron a mirarme y sonrieron para que yo viese sus colmillos. Uno de ellos levantó una mano y me mostró sus cinco dedos. Me daba cinco segundos de vida. Entonces tomé mi única opción, mi única salida.
Tres segundos me tomó convertir mis manos en garras, mi boca en hocico, en cubrir mi cuerpo del grueso pelaje oscuro.
El vampiro de la mano en alto la perdió en el primer zarpazo, al segundo le salté encima y desgarré su cuello con mis colmillos. Antes de que tocáramos el suelo me giré y salté sobre el tercero. Desgarré su pecho con mis garras y saqué su pútrido corazón. Al primer vampiro, ahora manco, lo agarré antes que pudiera escapar, y quebré su cuello girando su cabeza en ciento ochenta grados.
Una vez los tres vampiros muertos, lancé un aullido al cielo, a la diosa luna que sobre mí bendecía mi labor. En segundos volví a mi forma humana y me alejé de ahí.
Los maté a los tres porque mataron a mis amigos, porque era mi deber, y más que nada porque ¡Odio los vampiros! |