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Inicio / Cuenteros Locales / sergio_vizcarra / Tú, yo y la luna

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Estaba cansado. Los pies doloridos por los gruesos zapatos. Los hombros irritados por la mochila pesada me dolían por el roce de la camisa y el peso de la chaqueta. Me senté a un lado del camino y miré el oscuro cielo cubierto de nubes negras. No podía ver la luna ni las estrellas, aunque sabía que estaban ahí. Siempre lo están.
Pensé en ti.
Ningún auto en ninguna dirección. La carretera estaba tan vacía como deben estar todas las carreteras a esa hora. Me alejé un poco de la acera y me recosté en el suelo húmedo. Me apretujé en la chaqueta y apoyé la cabeza en la mochila. No quería dormir, sólo descansar un momento. Sólo un momento, antes de continuar este viaje.
Pensé en ti.
Recordé aquella otra noche, muy similar a ésta que describo ahora. El cielo cubierto, el frío amenazando romper mis huesos, la mochila cargada con mis recuerdos y mis tesoros inútiles. Había caminado entonces doce horas seguidas. Estaba cansado. Entré en aquel bosque al sentir las primeras gotas de lluvia. Esa lluvia que nunca llegó. Luego de un rato me di cuenta de la niebla y el viento. Esa niebla espesa, que cubría el piso llegando más allá de mis tobillos. Esa niebla que reptaba, buscaba, husmeaba por entre mis piernas. Y ese viento; fuerte, que pretendía arrancarme el sombrero pero que yo no podía sentir. El viento insensible pero visible y la niebla viva.
Llegué a ese claro luego de varios minutos (¿o serían horas?) y te vi. Sentada en esa roca, con la niebla hasta las rodillas, el viento agitando tu pelo. Recuerdo que llevabas una chaqueta negra y pantalones oscuros. Una blusa roja, delgada.
Me acerqué y me quedé de pie frente a ti. Me miraste y sonreíste. Yo quería preguntarte tantas cosas de pronto y ninguna palabra nació de mí. No era necesario. Yo no necesitaba hablar ni tú escucharme. Tú no necesitabas hablar ni yo escucharte. Nos miramos y nos dijimos todo. Todo. El universo entró en mis ojos desde los tuyos. La verdad de todo estaba en tus ojos. Por lo menos “mi” verdad.
Dejé la mochila en el suelo y extendí la mano. Tú la tomaste y te pusiste de pie. El tiempo se rompió. El espacio se rompió. El ahora se confundió con el pasado y el futuro. La vida se convirtió en la suma de los momentos felices. Mi mano aferraba la tuya pero tu mano sostenía mi alma. Acaricié con mi otra mano tu cabello; negro, semi ondulado, largo, firme, rebelde.
Nuestros cuerpos se acercaron, pero mi espíritu y el tuyo ya estaban unidos antes del contacto. Mi alma y la tuya ya se reconocían parte de un Todo y un Nada. Yo te extrañaba tanto sin haberte visto nunca. Tenía miedo, temblaba. Desvié a duras penas mi mirada de tus ojos y vi que la niebla ya no estaba, tampoco el viento, ni el bosque, ni el suelo, ni las nubes. El arriba y el abajo se mezclaron. Los sentidos de mi cuerpo se negaron unos a otros y los de mi interior surgieron estallando. Y de pronto vi la luna sobre nosotros. Blanca, limpia, redonda, eterna, perfecta.
Volví a mirar tus ojos y olvidé todo. Tomé tu otra mano y las acerqué a tu rostro. Ese rostro claro y limpio, redondo, eterno, perfecto. Acaricié tu rostro con tus manos (no me atrevía a hacerlo con las mías). El calor de tu piel inundó mis poros y penetró hasta lo más hondo de mí. Dejé de ser carne en mi carne y lo fui en la tuya. Nos fundimos en un ser nuevo, extraño, ajeno a todo límite. Sin peso ni medida, nos fundimos en lo infinito.
Todo esto en un segundo que duró una vida. En un momento que perdura aún en mí.
Y entonces nos besamos. Y nunca un beso fue ni será como aquel. Porque nuestras mentes vagaban lejos, explorando.
Y todo se iluminó. Y la luz era dolorosa, oscura. Y mi mente volvió a mí. Y mi cuerpo tomó forma. Y fui uno solo nuevamente en el bosque, entre la niebla, con el viento, las nubes y la luna. Porque sólo ella nos vio. Porque sólo ella estaba ahí. Con nosotros.
Sé que no fue un sueño. Sé que eres real. Lo sé porque sentí tu piel, lo sé porque sentí tu aroma, lo sé porque desde entonces comencé a vivir. Y desde entonces te busco. Sé que no eres perfecta porque yo no lo soy. Sé que no eres un sueño porque yo no lo soy.
Y desde entonces te busco. Porque te amo. Y te amo porque así debe ser. Porque esa es mi función. Porque para eso estoy aquí, es mi deber. Te amo porque debo hacerlo. No es mi opción. No te elegí ni tú a mí. Fue la luna quien lo hizo por nosotros. Porque ella lo sabe. Ella lo entiende. Y seguiré buscando, por siempre. Porque el tiempo ya no existe sin ti. Porque el espacio es vacío sin ti. Porque sé que te encontraré. Cuando el tiempo se rompa, cuando el espacio se rompa, cuando el todo se acabe, cuando la nada resurja, cuando la luna nos reúna. Cuando estemos de nuevo juntos, tú, yo y la luna.

Texto agregado el 15-06-2008, y leído por 168 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-06-2008 Que hermoso texto logro sacarme una lágrima. Me recordo a la canción de Ana Gabriel LUNA..Te felicito tanabata
15-06-2008 estas enamorado? vaya si lo he sentido... trayna
 
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