EL CENCERRO
La pradera, preñada de colores, sonreía y se excitaba con el beso suave del sol. Dominante, estratégicamente solitario, se alzaba un añoso roble que invitaba al descanso bajo su sombra espléndida.
Como cada día, el sonido monótono de un cencerro anunciaba la llegada en derrame de un piño de ovejas, franqueado celosamente por el pastor, un muchacho quinceañero, y su amigo, un viejo perro de raza indefinida. Mientras los animales pastaban y rumiaban, el pastor se apresuraba a dirigirse hacia su lugar favorito. En pocos minutos, recostado en el roble centenario, dormitaba intermitente dejando transcurrir el tiempo entre sueños que siempre intentaba repetir. En ellos recorría lugares lejanos y desconocidos de los que había oído hablar en las escasas ocasiones que había viajado al pueblo cercano. En estas circunstancias su ley determinaba que nada debía quebrar sus sueños y mantenía sus ovejas en un sector bien delimitado impidiendo que éstas se alejaran demasiado. El perro, de malas ganas, las mantenía en el lugar dentro de una frontera invisible.
Y así transcurrían los días.
En cierta ocasión algo distinto sucedió. Una de las ovejas, extrañamente negra, se rebeló. Tímidamente al principio, burlando el ojo del perro, buscó los pastos prohibidos. Cada vez con más decisión, soportando la ira del pastor que interrumpía sus quimeras, se arriesgaba hacia lugares más alejados donde le parecían los pastos más sabrosos.
La cosa se puso grave. Sucedió que otras ovejas comenzaron a imitar a la rebelde y, entonces, sobrevino el caos. El pastor se encolerizaba y, entre gritos e imprecaciones, castigaba a las insubordinadas con la ayuda del perro que también descargaba su rabia mordiendo las patas y colas a su alcance.
Entre los animales, tensos y alterados, la situación se hacía difícil. Entonces, se llamó a una asamblea. La oveja madrina, la del cencerro, más sus seguidoras llamaron la atención y criticaron a las alzadas.
¿No se dan cuenta _ les decían _ que hay un orden establecido por el pastor y que debemos acatar sin discusiones? Las cosas son, han sido y serán como están. El hombre tiene sus razones y no las debemos... _
_ Pero _interrumpió la oveja líder _ resulta que los pastos aquellos son más tiernos y abundantes. No pertenecen a nadie en especial. El límite que el pastor nos impone es totalmente arbitrario. Sólo lo hace para no tener que vigilarnos a mayor distancia, para poder dormitar tranquilamente y volarse en sus sueños. Si natura nos ofrece esos pastos ¡es nuestro derecho el consumirlos! ¡Rebelémonos todas, luchemos por nuestra emancipación y nuestra libertad! _
_ ¡Ah, no! _ contestó la del cencerro apoyada por su grupo _ ¡Nosotras no nos metemos en política! _
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