Soy la desesperación en las estaciones del tedio.

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Qué es la paz sino la suma de todos los conflictos. Es como el blanco: la saturación de todos los colores.

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El amor empieza a morir cuando ya no procura aproximarse. (Lo del odio debo pensarlo mejor).

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Leo cosas sobre Dalí, leo a George Orwell, leo a Karl Kraus, y se lo comento a mamá. Le digo que estaban locos y que eran buenos en lo suyo. Obvio sus nombres mientras me emociono al mencionar sus estrepitosas diferencias con la gente muy normal. Ella me interrumpe:

—Esos señores ya habrán muerto, ¿no?
—Todos están muertos.
—Pobrecitos.

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¿Yo, periodista? Toda una mañana de espía en una convención de odontólogos.¡Hay personas que se interesan en los dientes, por sobre todas las cosas!

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Picasso en su obra hace que el blanco –las pocas veces que lo aplica– se destaque. Suyos son hombres trenzados en sí mismos, perfiles con narices diseccionadas y mal reagrupadas, ojos no paralelos. Alguna vez tuvo la remota esperanza de que lo recordaran como el poeta que pintó algunos cuadros: ...gritos de niños gritos de mujeres gritos de pájaros gritos de flores gritos de maderas y de piedras gritos de ladrillos gritos de muebles de camas de sillas de cortinas de cazuelas de gatos y de papeles... (ah, los gritos: hay que pintarlos).

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DOS AÑOS SIN PAPÁ. Ya no vienes a decirme que es muy tarde para estar despierta.

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Le conté a f. que estaba triste y él me leyó un poema bonito sobre una niña. Yo elegí otro al azar que decía, en versos: para sólo morir, hay que morir intensamente.

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El vínculo más precario con alguien es la obligación; se quiebra y queda nada (si algo: alivio).

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A Marylin la conocí en el primer taller de periodismo que dicté por casualidad. La última vez que me escribió fue para contarme que se había graduado y que teníamos un café pendiente. La frontera entre ella y yo ahora es un sepulcro. El salvoconducto: su sonrisa y mi memoria de las veces en que me hacía saber que el odio era una enfermedad del espíritu. Marylin, niña ausente: ¡todo es una despedida!

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Después del dolor puedes enceguecer o entregarte a la contemplación. Pero jamás volverás a ver, simplemente.

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Para Jorge Salazar todo consistía en la búsqueda de la libertad. Escribir era: “tocar fondo en las nostalgias, gritar y batallar; luego salir al balcón, aún a sabiendas de que vuelan balas perdidas”. Cuando lo vi hace algunas semanas, lo llamé, con ternura encubierta, "dictador" (me había contado que ante la imposibilidad física de escribir le pedía a alguien más que lo hiciese por él). En un torpe intento de consolar a E, quien ha estado muy cerca de él mientras batallaba con la muerte, le dije: para hacer todo lo que Salazar hizo tendríamos que vivir por lo menos tres veces, y eso sin distraernos. Ella me confió que en su epitafio se leerá: PASÓ POR LA VIDA Y SE DIO CUENTA.