1 El Zorro y la Rosa.
Una vez hubo, y no se vio nunca otro igual, un zorro llamado Lobo, que en las mañanas salía de su madriguera dispuesto a comerse lo que de la enorme oferta comestible se le viniera en el regalado antojo. Y como solía aburrirse muy a menudo de la carne y las apestosas ancas de los zorrinos, decidió un día comerse una rosa.
Hurgó en el bosque- en el que había pocas rosas- y halló finalmente una hermosa flor azul tras de unos matorrales muy densos. La miró, pero ella no le miró a él- pues las rosas no miran a los zorros-, la acarició con sus torpes patas zorrescas y la olisqueó con su hocico negro. El perfume le llamó la atención, lo extrañó- a él que siempre olía tan mal- y se avergonzó mucho al comparar que su aroma era infinitamente menos agradable que el de la rosa. Entonces más anhelos de comérsela lo asaltaron con mucho apuro. Pero, como no esta en la naturaleza de los zorros comer flores, no supo como hacerlo: no supo si masticar o tragar entero, si las espinas también debían comerse, si sabría apetitosa o no.
Y estuvo dándole vueltas al asunto casi toda la mañana. Mientras, vinieron hasta la rosa los picaflores para darse panzadas y panzadas de néctar, y vinieron las abejas para llevarse hasta el panal las mas ricas azucares de aquella. Y los pájaros, y las mariquitas y los más extraños comensales se sirvieron del manjar escondido entre los pétalos. Y como Lobo veía que los innúmeros animalejos metían picos y lenguas en el corazón de la rosa; pretencioso y con una sonrisa en su cara, atacó a la rosa con su propia lengua colorada y áspera. Pero cuánto más porfiaba por intentar llegar al corazón más daño producía a la rosa.
Los pétalos fueron arrancados uno por uno hasta que de la flor solo quedó un triste y desnudo muñón verde. La rosa ya no existía. Entonces, a pesar de no comerse ni siquiera un pétalo, el zorro volvió a su casa, malvadamente satisfecho, pero con una falsa sonrisa en el rostro. Porque, en el fondo de su negro corazón sentía pena, pues según lo que acababa de acontecerle, jamás podría comerse una hermosa y olorosa rosa.
Moraleja: Pa´ los zorros ni arroz ni rosas.
Moraleja 2: (opcional) Si no eres picaflor ni abeja, aléjate mejor de las rosas.
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