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El cielo estaba ya claro pero el sol todavía no aparecía cuando el Viejo despertó. Miró a sus compañeros y sintió el miedo en el aire.
-¿Será hoy?-. Preguntó el Flaco.
-No cabe duda-. Dijo el Viejo.
El Alto miraba el suelo, sin atreverse a mirar al Viejo.
-¿Por qué?-. Preguntó y no era primera vez que lo hacía.
-Ya no vale la pena preguntarse eso-. Dijo el Viejo-. Nunca lo valió.
El Gordo, que llevaba días sin hablar, los miró uno a uno y al cielo.
-Será un bonito día-. Dijo.
Todos lo miraron.
-No entiendo-. Dijo el Flaco-. Nunca dañamos a los Monstruos y ellos ya acabaron con casi todos nosotros.
-Así es la naturaleza-. Dijo el Viejo-. Toda especie tarde o temprano cae frente a un depredador más fuerte.
-Pero nosotros dominamos el planeta durante miles de años-. Dijo el Flaco.
-Ya no vale la pena-. Dijo, resignado, el Alto.
Todos guardaron silencio un largo rato, mientras el sol aparecía en el cielo. El Flaco rompió el silencio.
-¿Y el valle oculto entre las montañas?-. Preguntó.
-Eso es sólo un mito-. Dijo el Gordo.
-Además, aunque fuese verdad ese lugar-. Dijo el Viejo-. Aunque intentásemos llegar allá, incluso si lo hiciéramos, los Monstruos tarde o temprano nos encontrarían. Sería sólo alargar la esperanza y con ella la angustia.
-¿Entonces esto es por fin la extinción?-. Preguntó el Flaco.
Nadie dijo nada, sólo se miraron en silencio.
-Debemos ser dignos-. Dijo el Viejo-. No podemos caer en la desesperación o la humillación. Somos los últimos, no debemos desesperar.
-Nada de llantos-. Dijo el Gordo.
-Ni súplicas-. Dijo el Alto.
-Ni siquiera cuando los dientes de acero de los Monstruos nos destrocen-. Dijo el Flaco.
Se miraron de nuevo en silencio, sellando el pacto que acababan de formar.
De pronto, un murmullo llegó a ellos cada vez más fuerte. Eran los rugidos de los Monstruos que se acercaban.
-Es la hora-. Dijo el Viejo.
-La última-. Dijo el Gordo.
Los rugidos estaban cada segundo más cerca y de pronto los monstruos se dejaron ver. Con sus dientes de acero los destrozaron uno a uno. El último en caer fue el Viejo. No lloró, ni suplicó. Fue siempre digno, aunque era ya el último de su especie. El último alerce del último bosque nativo.
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Texto agregado el 14-06-2008, y leído por 147
visitantes. (0 votos)
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Lectores Opinan |
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15-06-2008 |
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buen relato. me gusto. deberias escribir mas historias de este tipo. tienes madera. saludos carolina52 |
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14-06-2008 |
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Bueno, dinámico. Interesa y sorprende. Me gusto. terac |
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14-06-2008 |
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Lindo relato, sergio.
Al final sorprende, como dicen que hacen los buenos cuentos. Saludos arqui |
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