Y tú, amor mío, que caminas conmigo
que me llevas atada a tu cintura,
al costado de tu deseo, al frente de tu respiración,
tú que muerdes mi nombre
como se muerde un hálito de vida,
que interrogas a las horas
contando los minutos sin los dedos,
tú, que ahora sonríes
y sabes que sonrío
sólo para tus ojos, tus raíces, tus ramas,
- árbol y bosque y troncos
envueltos en las copas de las nubes -
tú, dulce amor, fiero amor,
antiguo amor descubriéndome poemas
entre la ropa urgida a enredarse
entre las sábanas,
tú que tomas mis manos y las pones al vuelo
de tu cielo innombrado,
del Paraíso a tiempo.
Tú, pequeño gran Hombre,
que me haces a la altura de tu antojo,
que nunca me mareas
pero me vuelves vértigo en tu cuerpo que abrasa
abrazando mi aura,
tú que bebes a sorbos de esta locura nueva,
estrenándome en todos los rincones,
dejándome las marcas de tus besos
y fumando en mi ombligo
el humo de las ganas.
Tú, ahora, tú mismo,
viniendo a protegerme de mis temores vanos,
tú dándome respiros,
tú mitigando esperas,
tú poniéndome a tiempo el verano en la boca,
sacando primaveras del bolsillo,
aplacando el otoño,
desterrándome el frío de los huesos invernales.
Sí, tú,
mi territorio, mi posesión, mi mapa,
mi brújula, mi Norte, mis puntos más altivos,
y mis bajos instintos
y mi dolor anclado definitivamente
en el hueco que cierra el Universo,
para abrirme a tu alba,
tú, amor, tú, mi pradera
donde florezco a gusto en las siestas de niños.
Tú, Hombre que me tallas
en el aire que roba a la noche una hora
y me dejas abierta,
de par en par,
la vida,
y me tomas, me aludes y en mí te reconoces.
Tú, digo y no hay pronombre que anteceda mi cuerpo
porque soy tuya, y todo
es un descubrimiento sin otear horizontes.
Porque donde respires,
respiras de mi boca
y donde muerda el pulso
mi corazón te encuentra.
Tú, digo, y voy temblando en nosotros, a gusto,
paz y calma en arrullos
de boca a boca, nuestros |