Quiero una casa en colores, quiero trabajar en colores y… quiero en tanto todo en colores. No tener que soportar este gris aplastante y saber que mañana no tengo que despertarme temprano para poder cubrir ese aspecto tan importante y respetado que todos llaman: “vida normal”. Clavar con algunos clavos de valentía una canaleta de expresiones sobre el borde de la cama sería una tentación a no levantarse nunca, sospecho que algo de eso existe en mi cama, aunque no lo vea o escuche… ni lo toque o huela. Pero lo realmente importante de todo esto (si realmente hay tal cosa) es que, el hecho de tener que soportar la rutina como parte de mí y tornarla “obligatoria” para poder sobrevivir, me duele. Sí, a secas… y por más tonto que parezca al leerlo, me duele.
Dentro de este edificio, donde paso la mayor parte de “mi” tiempo, de “mis” días, todas las palabras me aturden al mismo tiempo que van desparramando por el aire ese olor que guardan los sacos viejos, a encierro y pocas ganas de ver el sol, sobre todo eso, son palabras que no tienen “ganas”, son frígidas letras amontonadas: “pagos”, “artículo 14f”, “resolución”, “expediente”, “legajo”, etc., para que? por que? que hago yo acá? a quien contribuye este engendro burocrático? a quien contribuye lo que yo hago?.
Todas estas preguntas se me aparecen cada vez que enciendo esta computadora, hasta que las dudas pierden el concepto de duda…y el razonamiento incisivo del hombre comienza a sospechar que por estas mismas dudas tengo la posibilidad de estar escribiendo en este preciso momento, así que de modo tendría que ponerme contento de tener esto al alcance de la mano, esta prisión inspira! Y destroza, créanme, también a secas… destroza.
“Nadie trabaja donde quiere”… hoy tengo ganas de que definitivamente esa frase desaparezca de una vez por todas de este mundo. Ese maldito consuelo de todos los que alguna vez tuvieron una vida y la dejaron plantada por que hubo una chica más fácil para conquistar. Son los mismos que aconsejan con voz tranquilizadora y tras un tono que denota una clara “experiencia de vida” que todo llega y que “apurarse” siempre es un error fatal, lo hecho es “irrecuperable”. No saben lo que uno es capaz de hacer cuando se presiente esa capacidad de poder apreciar y contar lo que sucede entre cada silencio que se produce en este interminable universo. Eso es “irrecuperable”, la pérdida de ese momento, la muerte de esa urgencia. Ahora bien, describirles que se siente del silencio a ellos sería hablarles de todos sus días y eso, no creo que les produzca intriga.
Cuidado… no pretendo la revolución administrativa al estilo “Also sprach el Señor Nuñez” , no digo que todo esto no sirva para nada ni que las personas que trabajan conmigo sean unos inmorales, unos infelices o estén vacíos, lo que quiero o pretendo decir con todo esto es que comienzo a respetar de alguna manera a la cobardía, es más, a esta altura hasta podría aceptar, si el aliento me escasea, que soy un cobarde. Un cobarde, sí, a secas… cobarde. Tanto como vos y como él y como ese que paso por ahí… como el de ayer o como el que te vas a cruzar dentro de un rato…
No existe la felicidad en todo esto pero tampoco hay tragedia evidente y lo terrorífico es que ahí, entre la tragedia y la felicidad, respira mansamente la rutina, que como sospecho es asunto de los amantes.