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Como todas las mañanas el ronquido del auto rojo que traía el pan me interrumpía el sueño. En los días de mal sueño era como una salvación mecánica, pero cuando se sumaba la campana de la iglesia de la esquina formaban un dúo literalmente dispar y por lo tanto insoportable. Menos mal que uno tenía un protagonismo efímero ya que cuanto podía tardar un hombre de dos metros como usted en descargar las diez bolsas de pan, por que lo observaba detenidamente desde la ventana y nunca pasaba de las diez. Le confieso, que cuando iba por la séptima bolsa ya me volvía a la cama para ganar todo el tiempo posible. Dormir para mí es un placer incomparable, se lo digo a secas… es como vivir.
No hace falta que le aclare que soy una persona solitaria, si no fuera por que usted gentilmente me invitó a sentarme al lado suyo no haría más que caminar por el jardín.
Le venía diciendo que en mi cama encuentro todo lo que necesito, mi cama es mi mundo, como seguramente la suya debe serlo también no? Aunque en realidad mi mundo esta en el dormir, como dije antes, no en mi cama, le pido disculpas, soy una persona con poca memoria, no lo digo solamente yo, si no también lo dijo el doctor Sousa. Él era la única persona que me escuchaba, y digo escuchaba por que después de esa tarde que vino a mi cuarto ya nadie me escucha, cosa que no me molesta demasiado ya que a través del tiempo me he dado cuenta, y créame que se lo confieso sin jactancia alguna, que lo mejor que le puede pasar a uno es quedarse en silencio. Desde ese momento, ya no sé hace cuantos años atrás, por que como le dije tengo una pésima memoria, me la paso conversando con los personajes de mis sueños. Usted se estará preguntado de que puede hablar uno en sus sueños y con quién, pues entonces tendría que decirle que se esta perdiendo una experiencia increíble, la mejor de todas, se esta perdiendo un universo maravilloso. Pero acá estamos para que nos hagamos amigos y no para que yo le enseñe a usted lo que sería la vida si todos tendríamos esa capacidad de disfrutar de los sueños. Le venía diciendo que converso con ellos, les cuento como fue mi día en la oficina, debatimos de política, de fútbol y tengo también grandes enemigos, sobre todo en el áspero terreno de las mujeres, aunque algunos supieron ganar mi confianza y con ellos mantenemos largas charlas sobre mis aventuras amorosas sin ningún rubor de por medio. Ahora sí señor, con toda vanidad le cuento que he tenido muchas mujeres, francesas, alemanas, americanas, portuguesas, pero sin duda alguna la belleza juega para nuestro bando. La más linda de todas es una mujer muy fina que vive acá, en Buenos Aires, en el pintoresco barrio de la Recoleta. Nos cruzamos por casualidad en las escaleras de un teatro parisino y me llamó poderosamente la atención su elegancia para deslizarse por los escalones. Yo en ese entonces era un prestigioso cantante de ópera y ella era la bailarina principal del conservatorio del Ballet Julliards. No podía ser de otra manera, cuando me detuve a observarla pensé que ningún ser humano normal puede malgastar tanta elegancia para subir una mísera escalera al mismo tiempo que ella, con una sonrisa encantadora me ofrecía un asiento más cercano para disfrutar de la velada. Y así fue que me encontré sentado en primera fila disfrutando de cómo bailaba Florencia. Todo era perfecto hasta que ese maldito golpe comenzó a resonar. Una tarde, mientras tomábamos un café enfrente de la Plazoleta San Martín me reveló que pensaba que yo era un gran mentiroso. Estaba muy enojada y entre gritos alarmantes me decía que como no me iba a dar cuenta, después de haber viajado por casi todo el mundo, que una buena bailarina debe dar, sin ningún esfuerzo mayor, diez vueltas seguidas y concluir intacta, rígida como una cariátide. Y esa noche ella pudo haberlo echo, si no fuera por esos malditos golpes. Yo los conté, un giro, dos giros, tres giros, cuatro giros, cinco giros, seis giros, siete giros! hasta que un golpe retumbó tan fuerte que la desconcentró y cayó, como si su cuerpo fuera de arena, se desparramó en el escenario. Sentí una pena terrible por ella, el teatro estaba colmado y todo era sencillamente perfecto, hasta ese maldito golpe… que además de arruinar todo, me despertó!. Repercutían desde la pared derecha y sólo esa vez, sentí la necesidad imperiosa de salir de allí para ver que producía ese sonido castrador que nos destruyó, a mí y a Florencia ese momento sublime. Me aferré al picaporte y sentía como me temblaban las piernas, transpiraba como un carbonero y comenzaron a brotarme lágrimas de los ojos, pero el golpe no cesaba y sentía la urgencia del silencio taladrándome la cabeza. A duras penas giré la mano y divisé un pasillo oscuro, comencé a caminar arrastrando los pies, con los brazos extendidos y rozando las paredes con la punta de los dedos. Al final del pasillo, un as de luz corrompía la oscuridad y a medida que me aproximaba hacia esa claridad un olor a pan quemado me hizo caer en la cuenta que me estaba acercando hacia una cocina. Asomé la cabeza tímidamente y ahí estaba, una mujer con ruleros hablando por teléfono y pateando con su pie derecho una pelota. Lo único que recuerdo es haber reconocido la pelota, era mía, me la había regalado el doctor Sousa cuando era pequeño, yo pensé que la había arrojado bien lejos por la ventana pero ahí estaba nuevamente, saltarina e irónica como siempre. Comenzó a insultarme como antes, me decía que era gordo, tonto y feo! Se reía a carcajadas! No recuerdo lo que paso después, ya le dije, mi memoria nunca fue muy generosa, lo que sí recuerdo claramente es que volví lo más rápido posible a mi cama para volver a consolar a Florencia. Fue muy tarde, ya no se encontraba en el teatro y no había dicho a nadie a donde se había ido. Un par de amigos me trataron de consolar pero todo era en vano, estaba desahuciado. Unas voces me hicieron dar unas vueltas en la cama, venían del otro lado de la puerta, unos hombres hablaban de un cuchillo con sangre sobre el césped y de unos gritos agudos. Esa noche no me dejaron volver a verla.
Le pido disculpas si lo aburro, no estoy muy acostumbrado a conversar con desconocidos, cuénteme algo de usted…
-Ya están por ser las nueve señor Favalli, van a apagar las luces…
- Tiene razón, como pasa el tiempo!
- Me acompaña?
- Si, con todo gusto, pero antes… me permite arrancar esta rosa? Sé que a Florencia le va a hacer bien.

Texto agregado el 13-06-2008, y leído por 87 visitantes. (0 votos)


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