El ciruelo de la casa de Adrogué se cubría de flores color rosa que de lejos parecían plumitas. Era una maravilla verlo, con su tronco grueso de árbol viejo y su vestido de fiesta.Acompañó toda mi adolescencia desde su lugar de privilegio en el fondo de mi casa, admirado por toda la familia.
Una plaga cruel nos obligó a sacrificarlo, y desde ese día un tronco seco marcó su lugar; mamá le ponía macetas alrededor, que se llenaban de flores todas las primaveras, pero no era lo mismo.Faltaba el ciruelo, con su festejo exhuberante de la vida.
Caminé por otros rumbos, no hay ciruelos florecidos, veo soles naranjas que luchan contra el frío y las noches eternas. Y en el brillo de los cristales del suelo congelado, la misma belleza.
Escondida muy dentro nuestro está la vida, esperando nacer.