| No recuerdo exactamentecuando fue,
 aquella caminata entre
 un bosque hecho a mano
 y otro que luchaba
 por perdurar.
 El uno ordenado
 en hileras,
 con un crujir casi matemático;
 el otro, con enredaderas
 abrazando nudosas
 y amaderadas manos,
 que se entrelazaban
 como viejos amigos.
 Tenía once años
 cuando decidí aventurarme
 en los bosques
 de alrededor del hotel
 donde me alojaba,
 por una quebrada
 verde cercana
 a Valparaíso;
 no era la primera vez
 que desaparecía
 sin decir nada,
 ni iba a ser la última;
 Mientras caminaba
 a lo lejos se oía
 el crepitar de las olas
 y arriba unas cuantas gaviotas
 perdidas buscando
 peces en un mar
 de color verde,
 pasaron unas cuantas horas,
 quizás décadas,
 al menos eso me pareció,
 sentí miedo,
 no por la infinidad de caminos
 que encontré,
 ni por el lago
 perteneciente a una mafia
 de gansos,
 con malas pulgas,
 que intentaron
 acribillarme y dejarme
 abandonado en ese lugar;
 el miedo era
 por la historias del bosque,
 infinidad de veces
 incendiado,
 que hablaba en murmullos
 y cercano a un
 hospital psiquiátrico,
 a una cárcel
 y a un hogar de menores...
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