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¿Podría ser cierto?
Volvía de nuevo esa pregunta a su mente; por un instante se sintió avergonzado por la importancia que le daba, era conciente de su insignificancia, de la frivolidad que contenía, se preguntaba cómo era posible que se dejara llevar por tal banalidad; pero ella resurgía de forma maquinal, no estaba dentro de sus posibilidades evitarla. Se había convertido en una compañera inseparable desde el primer momento en que, con una expresión que intentaba ser de incredulidad, se la había formulado cuando se alejaba del lugar de aquel funesto encuentro, que también deseaba, con todo lo que le quedaba de racionalidad, erradicar de su memoria.

–No se corra jovencito, no se corra –una voz carrasposa, de mujer, lo llamaba, mientras, prendiéndose de la manga de su casaca, frustraba su huida –Le digo su destino por una monedita, joven.

¿Podría ser cierto?
Detrás de la ventanilla del autobús en que iba, se sucedían las fachadas multicolores de las casas y los noctámbulos transeúntes, velados por la humedad de la noche. No faltaban más de cinco minutos para que, en el reloj, las manecillas confluyan en el enigmático número doce.

–No me diga que no tiene medio sol, joven –con una agilidad sorprendente atrapó su mano derecha y la acercó a su mirada; en vano intentó zafarse de su captora; finalmente, aceptó que no le quedaba más que seguirle la corriente por un rato, qué perdía con eso, pensó, total, no tenía la urgencia de hacer algo en especial. Además, aunque se resistiera, no podía evitar que algo de curiosidad manipulara sus actos.

¿Podría ser cierto?
No podía; se respondió casi en voz alta, tratando de ser convincente; de inmediato se dio cuenta de la ingenuidad que se estaba demostrando, en forma de reproche estiró sus labios como burlándose de si mismo. Estaba decidido, olvidaría todo. Se preguntó si podría hacerlo; quizás mañana ya no queden ni rastros de lo que pasó, se dijo. Pero la pregunta seguía presente como si regresara con los latidos de su corazón, al que sentía cada vez más lejano, le parecía que ella lo aprisionaba, que impedía que realice su función vital, que lo había capturado como él lo estuvo, en medio de aquel tumulto de mujeres de vestimenta estrafalaria.

–Mire esta línea, aquí, aquí; es usted muy sensible y trabajador, aunque el amor no es constante en su vida ¿verdad?... –Junto a una mirada suspicaz se dibujó, en el rostro de él, una sonrisa irónica; la veía como desde la cima de una montaña inexpugnable, su pensamiento racional se negaba a mezclarse con las alucinaciones que podría formular una charlatana desconocida. Estaba seguro, al menos, que esto no afectaría en lo más mínimo el desarrollo de su día: había consumido la mañana caminando por el centro de la ciudad, realizando encargos que le solicitaron; aun faltaban varias horas para que empezaran sus clases en la universidad, así que decidió encaminarse a una calle cercana, en cuyas ferias de libros podría, revisando algunos títulos, perder un poco de tiempo; justamente en el trayecto, en su paso por una de las esquinas del Museo de Arte Italiano, se encontró, en medio de un grupo de extravagantes mujeres, tomando la peor parte de algo que le parecía un secuestro.

¿Podría ser cierto?
Todo ese día había transcurrido como transcurren algunos sueños, enlutados por la conciencia de ser un títere que imperceptibles hilos mueven de forma caprichosa: había pasado lo que iba de la noche y casi toda la tarde con su cuerpo confinado en las aulas de la facultad y su mente suspendida entre nebulosas e infinitas divagaciones; antes, se demoró un poco en la cafetería, luego de almorzar, tratando de concentrarse en una lectura escurridiza; no lograba aprehender lo que tenía frente a sus sentidos, le pasaba lo mismo que con los libros que había ojeado en Quilca; su mente se extraviaba en el eco de las palabras finales que habían salido de aquellas bocas color púrpura y que dieron inicio al martirio en que había devenido su existencia.

–Usted no me cree, pero lo que yo puedo ver aquí es toda su vida, no solo hacia atrás, si no también su futuro –trató de endurecer su imagen con un gesto inexpresivo; le comenzaba a parecer suficiente vulgaridad –Vea, vea, aquí hay algo muy malo, pero no se preocupe yo lo puedo ayudar –ella, extendiendo un brazo, le arrancó algunos cabellos y haciéndolos un ovillo los puso en su mano; él se desconcertó con el dolor –Ponga un billetito en su palma y todo se arregla, cualquiera que tenga en su bolsillo –esas palabras golpearon su faz como si hubieran salido con un aliento congelado; su paciencia se colmaba; no estaba dispuesto a que se burlen de él; en el instante intentó articular una excusa, en tanto, casi de forma violenta, retraía su brazo pretendiendo liberarse; pero le era imposible, ella se asía a su mano como si fuera una soga y estuviera a punto de caer a un abismo.

¿Podría ser cierto?
Se le hacia irremediable sentir algo de miedo. Se esmeraba, como hasta ahora lo había hecho, en ocupar su mente en alguna trivialidad que realizaría el día que estaba pronto a surgir: culminar con los mandados, presentar los trabajos de siempre, oír clases; pero, principalmente, olvidar; olvidar todo lo cruel que había sido este día. Pero era en vano, la pregunta a cada instante se hacía más recurrente; de haber comenzado como un atrayente disparate, ahora se volvía una intolerable y aterradora presencia, no podía dejar de pensar en ella, y en esa pungente molestia en el pecho; no le permitían tranquilizarse, estaban alterando sus nervios.

–No se oponga, joven, lo quiero ayudar; va a ver, sólo saque su billete; yo sé que tiene, no sea soberbio, joven; es algo muy serio –y empezó a forcejear frenéticamente con la mujer que pretendía extraer el dinero por su propia cuenta –No te molestes, es por tu bien, no te das cuenta de lo que haces, en verdead es muy malo lo que veo –las palabras de la mujer aumentaban su excitación, la lucha se tornó aun más efusiva, sentía su cuerpo ardiendo y su cabeza a punto de explotar, en su arrebato se mezclaban indignación y vergüenza; murmullos en ascenso, condenando su impulsivo proceder con una dama, se comenzaron a escuchar a su alrededor, se percató que las demás mujeres se acercaban con evidentes intenciones violentas.

¿Podría ser cierto?
Teniendo todo el asiento para él solo, trató de acomodarse buscando la posición que hiciera menos trágico su padecimiento, no la encontró. Como para escapar de lo que en su mente se estaba convirtiendo en una monomanía trató de justificar que su estado podría deberse a la perversa unión de un día pésimo y una fatiga que venía arrastrando desde hacía bastante tiempo. Aun faltaban muchos paraderos para llegar al suyo; pensó que lo más conveniente sería dejarse envolver por la pesada modorra que desde hacía rato intentaba atraparlo. Menos de un minuto separaba su cuerpo del nacimiento del nuevo día; mientras tanto, iba permitiendo que su mente sea absorbida por la opacidad de la inconciencia, que lo vaya anulando, ella debía ser la única capaz de librarlo de la opresión de sus atroces pensamientos.

–No entiendes, no entiendes, te vas a perjudicar –la amenaza lo crispó de una rabia descontrolada, la humillación llenó su cuerpo de tal adrenalina que, con una fuerza que no le parecía propia, lo hizo estallar de manera insana; como desvariado empujó a la mujer que trastabilló cayendo de espaldas, con un golpe seco, a la vereda. Despertó como de un delirio al verla en el suelo; por unos segundos quedó paralizado, no reaccionó hasta oírla articular aquella maligna sentencia –No sabes lo que has hecho, idiota- ella se incorporaba, mientras el resto de mujeres repetían sus palabras semejando un eco infinito –Mira tengo tu pelo, imbécil… no sabes lo que te va pasar –él no comprendió porqué sintió como un golpe en el pecho al ver sus cabellos en esas manos –estas maldito, de hoy no pasas, estas maldito, maldito –a él le pareció percibir algo de sorna en su entonación, pero su rostro seguía tan frió como siempre; lo único que quería y atinó hacer era escapar, si era posible correr; ella viéndolo irse le gritaba cada vez más fuerte –Maldito, maldito, maldito…

Texto agregado el 12-06-2008, y leído por 121 visitantes. (1 voto)


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