El Mal Diagnóstico
Los puede ver a lo lejos, en el negro silencio, cuando la tarde se aclara en un amarillo naranja que el matorral luce al brillar sus hojas aún húmedas por el rocío. Ve a unos círculos negros revoloteantes en medio de pétalos y frutos, danzando desesperadamente sobre el tapiz plomizo del jardín… y él, sin pensamientos.
Apacible reposo que goza por la vista privilegiada lejos del martillero aterrador de la mocedad, y se pregunta si fue posible llevar tanto ruido acuestas dentro de uno mismo. Antes se era una bóveda vacía, en la que hacía eco cada latido del corazón, la retumbante voz del silencio, pero él percibía su vida en los silencios, en el intervalo de cada latido, mientras que el barullo de ese latir era la interferencia mundana y vulgar del ruido del gentío.
Todas las mañanas sus pasos se acercan, viviendo la satisfacción de estar alcanzando el secreto de la oscuridad del breñal y llegar a ser parte de los misterios de los círculos y tal vez también ser un círculo más. Una esperanza enriquecida por imágenes de colores o ámbar, ambivalentes y carentes de significado, sin formas o con ellas pues en todas puede descubrir algo más, un camino certero hacia lo vacío de sentido pero plagado de emoción… esa es su esperanza.
Hace mucho que dejó el habla y el deseo por las palabras, se resistió al entendimiento perdiendo las formas su solidez al tacto, alejado del orden que le enseñaron a creer y confiar. Su cerebro rebalsaba de lógica, el rededor tenía nombre, los objetos eran causa y su utilidad su efecto. La comprensión perfecta de lo etéreo fue su hastío.
Muchos años señalando, imaginando, descifrando y entendiendo, una lucha incansable contra la incomprensión y el desvarío, es que podía descifrar y asimilar lo visto. Cuánta angustia entretenida por esos instantes de sospecha, por lo que se oculta dentro del cajón o detrás de un portón.
Saber… sí, era saber, quiénes eran, qué les gustaba y si sentían la misma emoción, la candidez infantil llevada hacia el territorio de la razón y la observación.
Y… ¿cuando ya no se puede saber?, que más, qué hay después… si ya nadie puede responder, si se da vueltas y los demás esquivan la mirada negando su ignorancia, queda el silencio racional, el contaminado de ansiedad…
La vejez fue su salvación, la que motivó el inicio del viaje senil de retorno, en el que descompuso el objeto en sujeto y este en nada, despojándose de la razón para acercarse donde la nada no tiene significado, las formas son formas y los colores, colores, el viento despeina, el agua, humedece, un placentero retorno a la bella imbecilidad donde el silencio es la apasible ausencia del mundo. Ese es su deseo, llegar hasta allá, al negro del arbusto y simplemente estar ahí, con su mal diagnosticada demencia.
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