Alas

Engullía jugosa tierra al pie de un gran ramo de margaritas cuando, de repente, una mariposa de vivos colores se posó sobre una de las flores dispuesta a saborear su néctar. La lombriz, deslumbrada por la grácil belleza de la mariposa, se encaramó al tallo que tenía más cercano para verla mejor:
-¡Qué hermosas alas tienes! ¡Cómo me gustaría poder volar, igual que tú! –comentó, con humildad y admiración.
-¡No te acerques a mí, sucia babosa! ¡Vuelve al barrizal del que hayas salido! –espetó la mariposa, con aires de marquesa.
Lejos de sentirse intimidada, la lombriz trató de excusar su presencia:
-Sólo quería verte mejor. Envidio tu cuerpo, ágil y esbelto, y tus grandes alas que seguro reúnen todos los colores del arco iris… ¿Sabes? Una vez soñé que…
-Poco me importan a mí tus sueños –interrumpió la mariposa-. ¿Acaso no ves que estoy muy ocupada? ¡Vamos, márchate! –insistió.
-¡No lo haré! –respondió la lombriz, a viva voz, molesta por su impertinencia-. ¡Éste es mi ramo, vivo aquí desde el comienzo de la primavera y un insecto grosero y vanidoso como tú no va a hacerme retroceder!
La mariposa, dando por perdida la discusión, voló altiva a otra flor muy lejos de aquel fabuloso ramo de margaritas.
-Supongo que si supiera que antes de una semana ya estará muerta, habría preferido seguir siendo una asquerosa oruga de la col –masculló con sorna la lombriz. Acto seguido, se dejó caer al suelo y hundió su largo cuerpo en la tierra húmeda y tibia del barrizal.