BRIGITTE

Allí estaba ella, sentada en su vieja maleta rectangular mirando el embarcadero, ensimismada en el atardecer majestuoso y placentero de la costanera. Ni el aire que corría a esa hora de la tarde movía sus cabellos que caían libres sobre sus estilizados hombros. Vestía un polo a rayas, que cubría parcialmente la redondez de sus senos que los imaginaba hermosos y un jean corto que dejaba mostrar sus piernas perfectas. No soporté la tentación de acercarme a ella, despacio, admirando la forma de su cuerpo y la expresión de su mirada. Había un pequeño lugar sobre la maleta y decidí acompañarla, aunque sea sólo un momento, sin permiso. La tomé del brazo y la abracé suavemente sintiendo su total indiferencia. Brigitte que bella eres, le dije. Siguió inmutable. Le habrían dicho lo mismo tantas veces. Me acerqué aùn màs apretándola hacia mì, evidenciando la rigidez de su bronceado cuerpo. La quedé mirando fijamente. Estaba tan bella como cuando hizo la película Y Dios creó a la mujer. Me contó sin palabras que siempre quiso quedarse en ese lugar paradisíaco llamado Bùzios.
No había tiempo para más. Deseé perennizar ese momento, es por eso que le dije a mi esposa, ahora sí, toma la foto.