Esteban Augusto, bien podrías llamarte Marta, dijo esto el pequeño enano sin piernas que estaba debajo de su cama mientras anotaba en una pequeña libreta el ritmo de su respiración en una partitura mientras él dormía. Habíale encomendado esta misión su maestro, para hacer un modelo matemático de la respiración humana, con la que luego buscaba hacer una gran sinfonía a base de recurrencias en la vibración de la materia. Eugenio se llamaba el enano, enano ladino, jorobado, tuerto, y como se dijo antes sin extremidades inferiores, por lo que solía arrastrarse miserablemente. También solía masturbarse en la comida del refrigerador de la gente una vez terminada de hacer su notación, por el puro gusto que le daba ejercer impune su perfidia. Pero esta noche todo sería diferente, pues la tablas de la cama barata de Esteban Augusto cederían inexplicablemente, convirtiendo al enano en una viscosa masa de carne y huesos reventados. Esteban no pudo creer lo que encontró debajo de su cama al otro día, una serie de cálculos matemáticos y pilas y pilas de ritmos manchados de sangre y bilis. Como apenas sabía leer, prefirió tirarlos a la basura.