Manifiesto de una chiquitana y su ser exiliado.

Soy un pliegue del bosque en época lluviosa, que por azar un día se desprendió del horizonte y dejó sus hojas entre la hojarasca. Pero sus fibras más antiguas se perpetuán en troncos de tajibos y tararas amarillas*; por eso muero un poco, cada vez que una sierra insulta la quietud musical de la arboleda o cada vez que una bala quema mi sangre alojada en un jaguar.

Mi cuerpo no es más que la fusión del granito negro, vuelto arena por los ríos, y el barro henchido de innumerables despojos del tiempo, de los peces que habitan las lagunas custodiadas por algún jichi** misterioso y mágico.

Vengo de las verdes y robustas alfombras de la Chiquitania. De la inmensidad condensada y franqueadas por una de las serranías predilectas del viento. El, danza entre sus creaciones, de rocas que hablan con el cielo. Aquí, donde las esculpe en formas caprichosas, se pasea entre ellas silbando bajo para no despertar al gigante recostado en el suelo.

Tal vez algún día me reconozcas en la sonrisa de una anciana que recibió la bendición de su comida al pie de un templo. Pero esa ya no soy yo, ahora camino por la piedra que no alberga el humus, sino el humo de los coches. Y me refugio en un inmenso hormiguero de cemento.

Aún, no entiendo toda esta invención que me rodea. Aún, me veo silvestre entre el cristal y el acero. Pero hay un impulso ajeno que pesa en mí y me disipa de a poco, va derrotando mi ser y dicta en mí la fusión de la gota roja en el mar azul, inmenso, voraz.

Si me ves, te pido que me despiertes y me recuerdes de donde vengo y quien soy, porque toda esta invención me envuelve, secuestra mi aliento y mis amaneceres.




-------------------------------------------------
* Árboles de gran valor comercial y ornamental, autóctonos de la región conocida como Chiquitania en el oriente de Bolivia.
**El "jichi" es el personaje más importante de la mitología chiquitana, y se le reconoce como el dueño y guardián del monte, las aguas y los animales.