LA CASA DEL ARRAYAN
Dios bendito, ya pasó el demonio enrollado en su cobija negra, grita la Lupe cuando se va la tormenta y luego sigue barriendo el agua como si nada. Es que sale con unas cosas. Dice mi abuela que cuando la vio entrar traía unos ojos de muy lejos, metidos a fuerzas en la prietura, que viene de un pueblo de aparecidos. Yo creo que es cierto porque todas la noches cruza el portal encorvada, entre el amasijo de sombras, con un rezadero que te da miedo verla y yo cierro los ojos y los abro para que no crea que estoy despierta, hasta que se me desmorona el pensamiento en el sueño que viene y de un jalón me lleva. Pero supieras, después de la lluvia la casa se pone tan alegre. Cuando sale el sol a mi se me figura que entra en el cuarto rebotando como una pelota y rompe todas las cosas porque las veo desparramarse por el suelo igualito que las canicas que ruedan y ruedan para después quedarse quietas hechas bolita en su resplandor y yo paso brincando las camas para no pisarlas y me voy al patio donde el aire huele a jabón y me avienta con un montón de pájaros que cruzan moviendo la luz con sus apuros. ¡Ay! se ha de sentir muy bonito volar como esos ángeles que se llevan subiéndole flores a la virgen que está en el cielo parada en una nubes blancas y esponjadas o aunque sea prendida de un hilo como los papalotes, pero nada más vengo y me trepo en el arrayán y desde la punta me pongo a mirar el silencio, tan hondo, tan azul y pienso que por ahí andan esas almas sueltas que reniegan de morirse pero no pueden gritar porque se les hizo de polvo la voz. Lo que si me da admiración es cuando viene un señor muy delgadito, que hasta parece que se lo va a tragar el sombrero y no sé de donde saca fuerzas para sacudir el árbol que suelta todas las frutas riéndose de puros olores y las echa en una canasta que rechina igual que sus huaraches cuando se va pisando el tumbadero. Ojalá vieras los charcos donde se bañan las nubes que se dejan tentar disque muy mansas y luego se te esconden en la tierra aguada y haces un lodo con el que puedes amasar muchas figuras. Yo los hago a todos, a mi mamá, a mis hermanas a la Lupe y me acuerdo de esa historia de Dios cuando cogió una bola de barro y formó a nuestro padre Adán, que como no le decía nada, ahí helado el pobre, le metió de un soplido el alma y se pudieron despertar todas las hermosuras. La imaginación es como el cine ¿verdad?. Uno no sabe y de repente ya andas adentro de las palabras y eres ese que pisa la luna enfundado en un traje todo plateado y estás en medio del infinito que es igual que cuando miras para adentro de ti y todo se te revuelve y de tanto ver ya no ves nada, o te empujan lleno de collares a un volcán y para que te avientes muy a gusto te adornan el miedo con la música de muchos tambores, o te cortan la cabeza en una plaza llena de gente que come elotes hasta que te despierta el sangrerío y ya está, te deja otra vez entre todos los ojos que también miran y buscan una mano de donde agarrarse en la negrura. A lo mejor te preguntas por qué te escribo tantas cosas, pero es que hoy por la tarde nos llegó una visita. Desde aquí escucho el ruidajo de la loza en la cocina, como si todos quisieran tapar la voz de esa mujer que habla y habla, llora y luego habla con un desespero que va cayendo como la oscuridad en la casa. No puedo explicarte lo feo que se siente oír ese lamento apagado, pero es como si los ojos se te hubieran ido y anduvieras ciega tentándote la cara toda mojada de tristeza. Quisiera que todo sonara a las pulseras de la Lupe que chocan unas con otras alegrándole esos brazos con los que a veces sale de su brusquedad y me abraza para decirme: No se preocupe niña, al cabo que todos estamos muertos. ¡Qué bárbara! ¿Tú crees?.
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