Me miras tras la luz tenue
de una lámpara de mampara azul.
Mi tez añil te sumerge en una noche
perdida entre caprichos y marionetas
-como siempre girando en otros brazos-.
Intento besar tu boca traviesa
que se arraiga con fuerza a mi piel
y tú crees que te beso en la mejilla.
Vas, vienes, corres, huyes, me persigues, sales.....
Tu cuerpo te vence, puede él más que tú
y el suspense se queda ahí, hostigando a tu alma.
No me digas que no puedes.
Tú eres el único que puede salir,
el único que puede ganar las luchas con la sonrisa,
con el canto recio de una garganta firme.

¡Mírame, mira mucho al cielo!

Entre el azul y el blanco estoy yo,
abriéndote el corazón para ver lo que me quieres,
o lo que me dices que me quieres,
o lo que supones que me quieres,
o lo que fue -¿es?- tu querer .

El mar se lía en vueltas robadas
entre los soplos de tus labios.
¿Aun tienes labios? Sí, rojos, intensos,
armoniosos, ricos en sabores
-aunque no me gustan todos-,
impulsivos -al igual que tu cuerpo-,
que se arrebolan ante mi paso.
¿Me vistes ayer mientras tus manos
trabajaban de forma imperiosa la tierra?
Construían tus mundos -ese caos,
esa anarquía con la que sueñas-.
Cógete de las mías
y volaras donde nacen mis esperanzas.
Mi bien, eso es.
Cógete de mis manos fuerte, muy fuerte
y volarás allí donde nadan mis anhelos.
Mi cielo, eso es.
Cógete a mi alma que yo te llevaré
y subiremos los dos más lejos
y más alto que nunca.
Mi amor, eso es.
Cógete a mí, que yo soy tú y tú yo.