Son dos y media de la madrugada. Estamos esperando desde hace dos horas a
que venga el condenado micro. Quizá conviene hacerle la cruz... la avenida
sigue igual de desierta. Mi amigo, impaciente, decide irse por su cuenta.
"Voy a casa, nos vemos...".
Yo también me voy por mi cuenta, con la guitarra al hombro y mis pasos
presurosos, me deslizo sobre el pavimento, el asfalto desnudo. A pie
comienzo mi travesía, intentando llegar al centro en apenas una hora; soy
optimista, estamos por Angamos, fácilmente puedo llegar, tengo buen paso y
mi ánimo no puede estar mejor.
Los minutos vuelan, ya no estoy por Angamos, estoy por Aramburú, la Arequipa
se ve desierta aún, y se oye a lo lejos el ladrido de perros. Muy rara vez
aparece un auto particular, a toda marcha. Cambio la guitarra de posición:
la apoyo en el otro hombro. Abro la casaca, ya que empiezo a entrar en
calor... el trajín se pone interesante y no puedo perder tiempo, ¡tengo que
llegar al centro! Tal vez tome alguno de los taxis colectivos que van a
Comas, entonces... pero sólo tengo tres lucas, me gustaría abreviar mi
trajín, no sé, no aparece un miserable taxi por aquí... veo mi reloj: las
tres y cuarto. ¿Podré llegar a tiempo? Y eso que avisé con anticipación a
casa, que ya estaba saliendo de la casa de mi amigo, que ya llegaba en
cuestión de minutos...
Condenados minutos...
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