La solitaria adolescente abrazó la almohada y suspiró. Recostada sobre la cama, sin darse cuenta se quedó dormida y soñó con lo de siempre: un duende o un gnomo o un mago o un ángel o un buen dios... en fin, un personaje ñoño.
Él llegaba a ella a través de los sueños, adoptando la apariencia de alguno de estos seres a fin de cautivarla, ganarse su confianza y apoderarse de su voluntad. Pero ella le prestaba poca atención, ya estaba grande para soñar con eso; más bien (aún dormida) se distraía pensando en su deseado amigo.
Él quería llevársela y sabía que, para ello, debía darle algo a cambio. Entonces, desconociendo lo que quería pero buscando conquistarla de alguna forma, se transformó en el “Genio de los Desdichados” y le propuso concederle un deseo a cambio de...
Ella por primera vez se interesó en una propuesta de él y no supo que decir. Calló, lo hizo esperar, hasta que se le escapó:
–“Grande, duro, rojo y vigoroso”.
Faltaba más. El trato fue que ella viviera en sus dominios donde todo era rojo: rojo era el mar, el cielo, el suelo, las rocas... ¡hasta las criaturas eran rojas!
La idea de él era hacerla sufrir –como a todos– pero, para su desilusión, ella gozó intensamente con todo aquello que tanto compaginaba con los insaciables deseos adolescentes que en su lecho tenía. Aquel era el escenario perfecto para plasmar su fantasía, pues allí estaba su anhelo: “era un dragón”, pero no un dragón verdoso cualquiera, sino un dragón grande, duro, rojo y vigoroso.
Ella fue inmensamente feliz convirtiéndose en una heroína del infierno, dominada por el mismísimo Satán (quien la había llevado ahí) y rodeada de las más crueles atrocidades que os podáis imaginar, y de su inseparable dragón grande, duro, rojo, y vigoroso, al que jamás dejó de amar. Por esta razón ella nunca despertó de su sueño. |