Tu escrito es un veneno,
que yo no quiero ver
y a la vez ansió
para apacigüar ese
caballo galopante
de mi estómago.

Ya está revolviendome las tripas
y muerde ávido mi corazón.
Antes solía pensar que estaba seco
-un sol viejo lo marchitó-
y unas nuevas lágrimas le dieron vida,
lo regaron como a la flor que muerta creemos,
muerta por el sol que hasta morir la ha abrazado,
que la ha matado en abrazos.

Y hasta mi última silenciada agonia
o lamento aquí he permanecido,
nadando en preguntas y preguntando
al cielo y las estrellas.
Ellas no me dijeron nada,
nada mas que “busca en tu interior”,
pero mi intuición se hace la sorda
y mira siempre a otro lado.
Se muerde los labios
y no suelta palabras.

(Sin continuación por culpa de una interrupción que me ha borrado la inpiración)