No es la unidad sino la pluralidad lo que ensordece y confunde. No es conectarse con uno mismo, ni hacer yoga, ni ir al gimnasio, ni llorar a escondidas. Es asomar la nariz al mundo y al todo que es todo y no hay otra opción, integrar esa nariz, esos ojos, esas manos a la multitud apretada y anónima, se pierde tanto entre las narices y los ojos y las manos y las bocas la noción del tiempo y espacio, y este soy yo y no esa, ni ese, ni todos. Soy yo en mí misma, una fusión o una unidad, un pasado o un presente, una sola o muchas a la vez. Soy a la vez la parte y la separación, la ficción y la realidad, la que ve y la que cierra los ojos y no intenta abrirlos, para qué abrirlos si acaso es tan fácil saberme viva, caminar agregando mi paso al paso ajeno al punto de ser ajena completamente o creérmelo. Es verdad que soy capaz de cuestionarme prácticamente sin problemas quién soy pero como quien diría, sé quién soy porque sé quién no soy, y en esos raptos de esencia se esconde mi eterna mediocridad, la ignorancia. Si sólo tengo quince o veinte o treinta años encima y una noción difusa acerca de todo, de todos, de mí. Una noción que aparece y desaparece y es y no, y se me escapa y vuelve pero de qué me sirve si hay una sola realidad y es esta y cuánto me cuesta estar en ella, cuánto me cuesta. |