Dicen que toda intención tiene un rostro. Para ser precisa digo que mi rostro revela intención y luego intentos. Tras esto, interviene la ilusión como madre de toda causa; gestora de toda concreta consecuencia. Cosas, sí, cosas. Como mesa-silla, cama-cobertor, olla-cucharón. Nadie interviene en las líneas trazadas por quién sabe qué, en quién sabe dónde. Ni hablar del momento exacto en que aparecen en tu vida (nubosidad parcial). El esfuerzo no alcanza para banalidades. Y bajo este intro no encuentro más que intención y consecuencia, y claro, causa. La causa que me cansa, me caza y me casa con aquel que diría la misma trivial pero dura verdad con palabras aroma a sudor y delirio. Su vaso, su cara, su trago. Y yo hablándole al oído. Al subconsciente. Como viaje astral pero en clase turista. Con semiótica ininteligible, pero al fin y al cabo movilizada por una causa. ¿miedo? Para qué otra vez, si justo cuando las cosas se entregan a la decodificación, despierta el miedo a atrapar revoloteando las consecuencias. Inmediatamente se piensa que la intención sería un caos del pasado inexorablemente vivo.