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Terror en las sombras IX


PERROS


Eran diez millares de perros. Una cantidad poco usual para una reunión de canes tan absurda e innecesaria. En la ausencia de luz, un sudor apagado y hediondo manchaba la calidez de la temperatura de tantos cuerpos vivientes. Sin propósito alguno, se congregaba una multitud extraordinaria de perros, animales hermanos y hambrientos, que ladraban y se mordían unos a otros en medio de la total ignorancia del entorno en el cual se encontraban, por requerimientos mínimos de unas mentes menores. La espesa negrura confabulaba para que aquellos vertebrados copularan montándose unos a otros, jadeando y emanando vapores de aliento por sus bocas a lengua expuesta. No se veían. Los aullidos nacían a cada instante, entremezclados con ladridos y gruñidos de pelea; allí cohabitaban todos aquellos sonidos caninos, componiendo una sinfonía de futilidad de la más exquisita obra maestra. Los movimientos de aquellos perros no se limitaban a rozar las paredes de una materia gris inexistente, más bien, con cada ladrido, nacía un nuevo perro de una matriz que yacía bajo el suelo, viscosa, asquerosa y repugnante. La habitación sin paredes y con oscuridad como aire era llenada con perros cada segundo que empleaban aquellos animales en actividades incontables. Perros, perros y perros era todo lo que existía, y eran domesticados por una extraña fuerza tenebrosa que los controlaba para utilizarlos en algún misterioso trabajo, que sólo la mente más distorsionada podría concebir.

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