Eleve la persiana. Si mira a la derecha podrá ver un girasol gigante mecido por el viento, como un molinillo de papel. Arránquele una pipa. Y dentro encontrará un papel, o quizás no. Diría que es imposible encontrar papeles dentro de las pipas del girasol gigante. Emerge un pallaso de las profundidades del campo de girasoles. Va vestido de colores, ríe y salta mientras sus pasteles de nata vuelan y toman el cielo, que ahora huele a dulce.

Amo el dulce. Pero me cansa. Es empalagoso, ¿no creéis? Quisiera despertar en una piscina llena de zumo de huevo frito. Eso sí que me gustaría, remar con mi lindo yate de pan por encima de una marea naranja, caliente y con pequeños grumullos. Quisiera poder ver los minúsculos fetos de pollo bajo la superficie, gestándose lentamente en un gran huevo de las profundidades. Y como si fueran renacuajos, verles crecer. Y con un pequeño mecanismo alimentarles.
Como aquél hombre que se enfrentó al gran pez, yo me enfrento a miles de pollitos expectantes de una madre. A mí ningún muchacho me esperará cuando llegue. Ni tampoco lo esperaría, aún no soy viejo. Pero tengo sedal y albergo algun trozo de bonito bajo la piel. Y mientras el pan de mi yate no se moje y me hunda con él, permaneceré quieto y sentado comiendo pollo.

Noto un avión volando bajo que se acerca velozmente. Con su barriga metálica me acariciará el pelo al pasar por donde he venido.