Deja que sea martes, como cuando después de leer el Baghabad Gita sentías ganas de deshabitarte. Lo mismo era si leías los anuncios clasificados en domingo que marcabas con unas equis de secuencia incomprensible o las líneas recortadas de mis manos que escribían letras anómalas, lánguidamente filosas y furiosamente curvas, que también leías con impertérrita curiosidad para hallarles algún significado. Y todas esas veces querías deshabitarte. Y me lo decías: q-u-i-e-r-o-d-e-s-h-a-b-i-t-a-r-m-e. Después te reías. Yo también. Cosa normal entre nosotros. Como ver de reojo a un duende tímido o atrapar un reno suelto en pleno equinoccio de primavera. Aunque a veces hubiéramos preferido salir a buscar algo viejo de Woody Allen, como hace años, y en el camino ofrecernos de guías turísticos improvisados para mostrar a los extraños lugares que ni conocíamos. Luego disimular, perplejos, como cuando la inteligencia se agota. Deja que sea martes otra vez para oírte decirme, en presente: “si cae el cuerpo y te sobrevive la sombra es que termina el síndrome bipolar”. Eso mientras Bono Vox repite still haven’t found what I’m looking for. Pero hoy no es martes y si alguien preguntara por mí, ten en cuenta que he salido a buscar algo viejo de Woody Allen. Sí, qué predecible. Eso te disgustaba de mí, lo sé. Ojalá pudieras abrirme la puerta cuando regrese, será algo tarde. Hay cosas tan sencillas que no puedo hacer bien sin ti, como sostener una llave y hacerla girar. Me siento terriblemente sola y gris.