Iba y venia con ese viejo abrigo y ese cuerpo avejentado, parecia que estuviera muerto, no era misterioso más bien lastimero, su pequeña bolsa de compras, y sus viejos zapatos, aquellos pequeños pasos, que parecia que no va a ningún sitio, pero no paran de andar, aquella espalda encorvada, por el peso de la soledad, tal vez yo le había puesto todos aquellos juicios a una historia normal, era tan insignificante que me parecía absurdo, ¿Cómo alguien puede existir sin un objetivo?
Después dejó de pasar, y me lo imaginaba en su habitación pequeña, repleta de hedor a humedad y soledad, leyendo aquellos viejos libros, en los que repasaba una y otra vez la teorías filosóficas clásicas y después se levantaba para mascarlas hasta el hastió; en aquella pieza, un pasito tras otro rumiando aquellas ideas filosóficas que le daban vueltas y vueltas sin llegar a ningún lado, pero eran su pasión.
Hasta que pasó de nuevo, ahí estaba; con su mejor traje; erguido, con un sombrero de bombin de caballero del siglo pasado, sus zapatos de charol impecables, y en su mano, ya no llevaba su bolsita de mandado; era una carta perfumada con su mejor loción: extractos de madera, y unas rosas blancas, era la primera vez que abandonaba al amor de su vida; la filosofía para ir a visitar en muchos años al otro amor de su vida… su madre muerta hacia 20 años…
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