Tengo un perro y un gato,
no se merecen
ni un pequeña pizca
de mi piedad.
Animales dañinos
que no comprenden
la conveniencia sana
de mi amistad,
criaturas testarudas
de cuatro patas
que no aprenden modales
ni urbanidad.
Nos hacen mal los dulces,
es evidente,
si le doy uno al gato
el perro me muerde;
y cuando reniego
como un beduino
con uno de ellos,
el otro alegre mueve la cola
¡Que mal vecino!.
No hay forma que congenien,
no existe modo,
cuando el perro
esta alerta y con desconfianza,
el gato se entretiene
a cierta distancia,
ni bien el can se duerme
su sueño de oro,
el travieso felino
con gran sigilo
le roba el hueso,
más cuando aquel despierta
y nota la ausencia
persigue a ese atorrante
por todas partes
y a todo grito;
pero cuando lo alcanza,
cuando se enfrentan
y sus miradas destilan llamas,
se miden largo rato
y la furia mengua,
el cariño es más fuerte,
lo puede todo,
declaran tregua
y se dan la mano.
Son seres endiablados
de almas jocosas
que transcurren sus vidas
rompiendo cosas.
Cuando hay un estropicio
y salgo de quicio,
les reclamo el respeto
que me merezco,
con caras de ternura
y de sorpresa
declaman su inocencia
y su entereza.
En cuanto me distraigo
y bajo la guardia
vuelven a sus andanzas
esos farsantes
y empiezan los destrozos
igual que antes.
Hay amores difíciles,
cariños bobos,
que se valoran cuando
termina todo,
si uno de ellos faltase,
pobre de aquel
que se quede solo,
amén de mí.
Para mi amiga Anamoralesflores con mucho cariño.
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