1
Hay una quietud imposible de develar en el asilo de las imágenes tergiversadas. En la pizarra quedan rastros de fantásticas ecuaciones que no aportan sino más confusión a toda esta confusión predeterminada. Se llena de tiza la falacia patética. Cientos, miles de moscas acompañan al cadáver sonrojado que eructa de tanto en tanto escupiendo flores de todos los colores. El centinela que vigila la sala contempla el hastío absoluto. Por la radio suenan viejas canciones.
- Estúpida máquina, siempre hablas con la boca llena- se lamenta el pordiosero mientras el capitán baila con el pescado.
- Esto es una mierda.
- Lo que sea. Mañana a primera hora saldremos a saquear los palacios del lagarto ambicioso - replica el pescado en tono despreocupado. - Esto no puede seguir tolerándose ni un segundo más.
Tal vez los enigmas no tengan nada de interesante después de todo. Esos enigmas se mueven igual que las cucarachas, ahora brindan con sidra barata bajo el pálido resplandor de las estrellas. Puedo sentir el chirrido agudo en medio del silencio mientras observo cada uno de mis pasos. Los enigmas ya no me pertenecen.
Camino por el bosque, a veces apresuro la marcha al igual que los pájaros. El viejo de la casa de putas me mira con cierta desconfianza, me muevo entre las rocas azules siguiendo la estrella más soñada, la mujer me saluda cuando paso a su lado, y así vamos, yo y los pájaros y las rocas y las estrellas y la mujer, caminamos sin saber a dónde vamos pero sabiendo lo que los demás ignoran.
Deslízate, ábrete camino por las grietas del poniente, colorea con tus oídos todas las mentiras que te dibujaron, destruye los puentes de mármol que construyeron para reemplazarte y no dejes que el silencio hable por vos.
Sigo caminando entre los árboles. Los árboles siguen caminando a través de mí. Dejo migajas por el camino; puede que las oiga crujir cuando el vino eructe de tanta alegría. Un perro se acerca. Intenta decirme algo pero ignoro de qué se trata. Simplemente observo. Cuando veo lo que veo nunca al final es lo que creo. El perro bosteza. Yo le doy las gracias y sigo caminando sin mirar a los costados. Voy por la senda del descanso que nunca llega.
2
Dejé de preocuparme al ver que el hombre estaba sentado al borde del mundo. Esto: la silla rota, el perfume dulzón, las ganas de escapar de todo esto, el deambular permanente esperando ese momento jamás proyectado. Una conspiración de ventiladores hambrientos se teje ahora a mi alrededor. Soy culpable desde un principio hasta que demuestre lo contrario. El círculo vuelve a cerrarse y en la quietud de todo esto vuelvo a estar donde siempre estuve. La voz de los videntes sigue molestando mis oídos.
Me figuro a través de todo esto sin pensarlo dos veces. Todo eso me hace volver veinte segundos atrás queriendo encontrar al hombre que estaba allí sentado. Pero él ya no está. En su lugar, el aire simula cosquilleos. Todo se revela a medias a mi alrededor.
3
Mis manos siguen apretando teclas lo más rápido posible. No quiero saborear las decrepitudes que me ofrecieron y encontrarme impávido frente al espejo esperando el último instante. Y entonces me digo a mí mismo: adelante, pues. Escupo contra el rostro del centinela y recojo algunas flores para adornar su estúpida ausencia. Y me voy, sin deberle nada a nadie, buscando al fantasma de lo que está por suceder. Me encuentro más allá de donde realmente estoy, y al pronunciar estas palabras, vuelven luego a repetirse indefinidamente hasta dar con las imágenes con las que me alimento permanentemente.
De nada sirve que reniegues de tu discernimiento inequívoco y a la vez incomprensible porque tarde o temprano estallará de locura y de rabia incontenible aunque las flores del jardín sigan viéndose encantadoras.
No son esos carteles de neón de Roma o Nueva York, no es esa postal naufragada en algún canal de Amsterdam, no es el hombre sentado ni el viejo de la casa de putas ni el cheque sin fondo que no pudiste cobrar. Acaso sólo quedan ventanas rotas y vinos consumados sobre la mesa, miradas furtivas en las risotadas que demarcan la época violenta contra las paredes del mundo. En este orden se despliega una serie de contradicciones trazadas en un silencio abismal donde se hace preciso dibujar una línea divisoria entre aquello y lo demás. Así se va formando un círculo de imprecisiones. El gesto ambivalente que prevalece en el aire articulándose frente a un pensamiento trastocado y la certeza de no saber por qué todo aquello se desvanece en sueños pasados que no logramos recordar.
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