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¿Hizo caca?
Las 21:00 hrs. de un miércoles cualquiera. Llego con una orden de atención a la principal Posta Médica de Santiago. Una posible apendicitis. Muy esperanzado, me hacen pasar a una sección donde se hace una primera evaluación y determinar qué tan urgente es el problema. Como acostumbro hacer, me dedico a mirar a cada uno de los que esperan en una salita. Hay de todo. Cada cual con su propio problema, su gran problema médico. Desde una muela, un brazo quebrado, hasta algo muy común hoy día: crisis de angustia y stress.

Después de casi una hora me llaman. Una señorita pregunta cosas básicas y, al fin, me dice que pase a la sección llamada “Urgencia Varones”. Me dirijo contento al “box Nº 12” y entrego mi orden de atención. ¿qué tanto habrá de demorar? Claramente dice URGENCIA. A la derecha están los que dicen “Urgencia Mujeres” Sigo con mis observaciones. Me llama la atención ver damitas muy jóvenes, veinte añeras, solas con quizá qué problema. Llega un muchacho con su novia, que llora a mares, y explica que tiene un ataque de histeria. Pasan los minutos sin que llamen a nadie. Observo a una joven. Muy morena, Tal vez colombiana o cubana. Ha llegado con un muñeco, una especie de peluche, que abraza y acaricia y donde oculta su cara de vez en cuando. Ha pasado una hora en esta sección de urgencia y no han llamado a nadie. Pero nadie reclama. Docilidad total. Me las arreglo para sentarme al lado de la morena. La noto nerviosa. De pronto emite un ¡UFFF! y me mira con cara de pregunta. Aprovecho la ocasión y nos ponemos a conversar. ¡Qué casualidad! También viene con una posible apendicitis. Le hago ver que tengo la impresión de que los distintos boxes están ocupados por enfermos que deben hospitalizarse, lo cual confirmo más tarde. En verdad no hay camas disponibles. Chilito, el jaguar de Sudamérica, con 22.000 millones de dólares de excedente por las ventas del cobre, no tiene camas para sus enfermos. No es extraño. Los enfermos no son un buen negocio para el estado. Tu eres sólo un número de identidad para el modelo económico, no eres rentable, le digo a la morena. Cuando han pasado casi tres horas escucho mi dulce nombre. ¡Al fin!

Me hacen pasar a un cubículo de tres metros cuadrados junto a otro paciente. Hay dos camillas. Nos hacen acostar. Vamos bien. Pero no hay ni olor a un médico. Aparece un enfermero con una máquina y nos toman la presión. Es todo por el momento. El tipo de la otra camilla, que entró envuelto en una frazada, está con pañales. Se ha orinado. Su rostro es inexpresivo. Luego me entero que tiene una “crisis de confusión”. Aunque
no está permitido entran algunos parientes a calmarlo lo que provoca la ira de una enfermera gorda y fea que les hace ver que “sólo los enfermos pueden estar ahí”. Por fin aparece un médico, muy joven y amable. Atiende primero al confuso y luego me hace las preguntas de rigor. Qué siento y cuales son mis síntomas. Me palpa y aprieta la panza. Escucha algo por el estetoscopio. Anota cosas en una planilla. Vamos bien! Luego de casi una hora aparece nuevamente. Usted quedará hospitalizado me dice. Se trata, al parecer, de una apendicitis aguda. Lo mandaremos a que le hagan una ecografía abdominal para estar seguros. No se si estoy feliz.

Aparece nuevamente la enfermera y me dice: ya escuchó, va a quedar hospitalizado así que desnúdese y se acuesta en la camilla. ¿Desnudo total? ¡Si pues! ¿Y no hay un pijama o camisón? ¡No señor! No lo necesita. Haremos un inventario con sus cosas que puede retirar después. Trato de esconder mi celular entre mis piernas pero lo descubre y me da una mirada terrible. Entrego mis ropas y cosas. Me meto bajo la sábana de la camilla. Estoy atrapado. En ese instante me he convertido en una presa. Me siento humillado por primera vez en esa noche. ¿Qué derechos puedes alegar pilucho y mal tapado en una camilla? Aparece un enfermero y me indica que me llevará a tomar la ecografía. Me cubro completamente con la sábana. Siento que todos se enterarán de que voy en pelotas. De vuelta al box Nº 12. Son aproximadamente las 6 de la madrugada. Mi reloj quedó inventariado. Pasan y pasan las horas. Humildemente pregunto que pasa. ¡Va a quedar hospitalizado! me repiten varias veces. Tiene que desocuparse alguna cama en el 4º piso. Tengo hambre. Mi última comida fue hace más de 24 horas. A eso de las 18:00 hrs. me trasladan a 4º piso. ¡Vamos bien! Pero no hay camas y quedo instalado en un pasillo por donde transitan pacientes, enfermeras y doctores. Y yo en pelotas en mi camilla, mi único refugio. Pero no ha sido todo. Llega un enfermero, con cara de buena persona y me dice: ¡Hay que rasurar! ¿qué puedo alegar? Con una máquina eléctrica comienza a botar mi linda melena. La afeitadora no tiene buen filo y me como mis dolores. ¡Humm! No quedó muy bien me dice. Los cirujanos se enojan si no va perfectamente rasurado. Me coloca una jalea y termina su labor satisfecho. Entonces me toma la temperatura en la axila y luego me pasa el termómetro. _ Usted sabe, pues _ Y me auto violé un poquito sonrojado. Bueno, me digo a mi mismo. Por lo menos ya estoy listo para ir al pabellón. ¡Craso error! Llega el mismo tipo con una máquina extraña y me dice que tiene que tomarme un electrocardiograma. Me llena el cuerpo de ventosas y cables. A esta altura ya no me importa mi desnudez.

Por fin me llevan a pabellón en el 5º piso. Un líquido a la vena y...pierdo toda noción. Despierto en una sala sin saber aún si ya me habían operado. Una linda enfermera me habla y me dice que ya debo ir a la sala de recuperación. Alcanzo a ver un reloj: son las 21:30 hrs. Me trasladan nuevamente al 4º piso y me instalan con otros siete pacientes. Solicito un camisón. No hay por el momento me responden. Sigo en pelotas. Según mi costumbre comienzo a observar a mis compañeros. A mi lado derecho hay un muchacho herido a bala en una axila que se queja. Está medio torcido en una posición extraña. Al frente cuatro personajes, algunos sentados en sus camillas, otros caminando con esos ridículos camisones fantasmagóricos que se amarran atrás y que no alcanzan a cubrir los culos. Aún así me llevan ventaja. Yo no tengo uno. Después de un rato me queda una conclusión: aquí no valen diferencias económicas, culturales o intelectuales; somos todos iguales.

Pienso que al fin me darán de comer alguna cosa. Le digo a un enfermero que estoy cagado de hambre. Me responde que sólo el doctor de turno puede decidir si puedo o no puedo comer. Será pues.

Luego de muchos controles de temperatura, presión y latidos, apagan las luces y nos dormimos.

Despertamos con las luces y el ruido de enfermeros haciendo sus cosas. Le pregunto al compañero de mi lado izquierdo que manipula un celular por la hora. Son las 6:00 de la mañana me contesta. Parece un tipo buena onda, de unos setenta años. Con el tendría luego algunas conversaciones respecto al sistema de salud y el trato denigrante a los enfermos.

Tal vez ahora si que habrá algo de comer. Nada.
Todos los pacientes comienzan a conversar sobre cómo pasaron la noche y otras cosas. Uno de ellos se declara admirador de Jimi Hendrix y nos hace escuchar algunos temas en un reproductor que, al parecer, tiene ya sus pilas agotadas. Suena horrible.

A eso de las 9:00 hrs. aparece el médico de turno. Bajo de estatura, lentes de marcos muy gruesos, unos setenta y dos años. La imagen que uno tiene del doctor de la familia, con cara de buena persona. No ha estudiado veterinaria. Es muy amable con los enfermos. Revisa las fichas concienzudamente y les pregunta cómo pasaron la noche. ¿Ha obrado? ¿qué? ¿Hizo caca? ¡Si doctor! ¿De qué color? ¡Un poco negra doctor! ¿blanda o dura? ¡blanducha doctor!...Hum! Y así con todos los enfermos. Llega mi turno. La misma secuencia y la pregunta de rigor: ¿Hizo caca? _Hace 48 horas que no como doctor_ no tengo nada por hacer... ¿ me darán comida? ¡Eso lo decide la nutricionista! me dice. Es una esperanza. Aprovecho de preguntarle al doctor sobre cuándo me darán el alta. _ Puede irse a la tarde _ me contesta. Me alegro bastante. Le pregunto a mi compañero sobre la hora de almuerzo. _¡Como a las 12:00 me contesta! _ En las horas de visita _

Pasa la nutricionista, revisa mi ficha y anota algo en ella. Al parecer voy a alcanzar a comer algo antes de mi alta. A eso de las 13:00 hrs. mi hija me trae ropa y le comento que me darán el alta. En ese momento aparece el doctor y da la autorización en mi ficha. No me quiero vestir aún para comer algo. Entran dos enfermeras con un carro y las distintas comidas para cada paciente. Una de ellas lee mi ficha. ¡Bingo! Y pone sobre mi mesita de comer un hermoso vaso plástico con jalea hasta la mitad. Es todo. Obviamente no voy a hacer caca de ningún color ni consistencia.

Texto agregado el 06-06-2008, y leído por 206 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-12-2009 cisco_marcos dice que no sabe que tiene pero que lo ha tenido enganchado...Seguramente no ha seguido tus relatos como lo he hecho yo....Continuamente he tenido una sonrisa mientras iba leyendo; la situacion, desde el principio al final, ha desfilado ante mi como si fuera una pelicula. Me he sentido parte y como comenta mialonso, parece que es similar en todos lados...Muy divertido tu relato. Un abrazo juanirenata
08-07-2008 Por lo que veo, en todas partes es lo mismo !. Muy bien relatado,me ha enganchado ¿ya fuiste al baño? jaja mialonso
07-06-2008 No se que es lo que tiene, pero me ha tenido enganchado de principio a fin ***** cisco_marcos
 
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