El príncipe de los incrédulos
En un cuarto pequeño, con montones de libros apilados, periódicos, y polvo, la vida solo se manifestaba en la iluminación que proveía la luz del sol a través de la ventana y en el constante pestañear del príncipe de los incrédulos. En sus manos sostenía un ejemplar de la novela “Crimen y castigo” de Dostoievsky. Impactado con aquella idea de realizar asesinatos “filantrópicos” el príncipe de los incrédulos se propuso la labor de erradicar toda clase de ideas que atribuían al universo propiedades sobrenaturales. Eso es, el príncipe de los incrédulos va a destruir todos los cultos religiosos, excepto tal vez el budismo, porque no posee dioses. Es una labor ardua, las iglesias ganan mucho dinero y los idiotas que las siguen son más numerosos, muy pocos como él conocen la verdad y la mayoría son unos “ilusos que no se les ve el deseo de hacer progresar a la humanidad con el regalo del ateísmo”. Noche tras noche el príncipe de los incrédulos ideaba su plan de acción, iba a erradicar los más débiles y con mucho dinero, amigos poderosos y suerte, acabaría con la Iglesia Católica, pero eso ya en varios años. Tampoco descartaba la posibilidad de acabar muerto o en la cárcel por su excelentísima labor, pero no se preocupaba, ya nombraría un sucesor. Luego de tanto meditar, decidió que la que merecían desaparecer del mundo lo más rápido posible eran las iglesias protestantes, ya que se han separado en toda clase de ramas, sectas y grupos, dificultando tremendamente su labor. La primera iba a ser la “Iglesia Cristiana Evangélica de los seguidores de la Santísima Trinidad”, una pequeña iglesia con tres sedes en toda la ciudad, sus fieles no habrían de ser más de doscientos y para justificar sus acciones contrarias al pensamiento de los hombres, se apoyaría en que esta iglesia cobraba el diezmo, haciendo de la fe un negocio.
El príncipe de los incrédulos vive en un apartamento propiedad de una señora de cincuenta años, en una habitación arrendada. Es oriundo de una ciudad costera, pero se le dio por estudiar su carrera en una fría ciudad del interior. Frente al edificio de apartamentos, estaba una de las tres sedes de aquella diminuta iglesia, que no era más que la casa de uno de los pastores, llamado Simón Salazar. Los cultos se llevaban a cabo en el garaje del pastor, y eran amenizados por un conjunto musical muy burdo; un chico toca la pandereta, un hombre toca la guitarra y una jovencita de dieciséis años canta. El culto se desarrolla del siguiente modo: Los fieles entran y son saludados personalmente por el pastor, se sientan, se lee un pequeño pasaje de la Biblia, se interpreta un poquito y el resto del tiempo se habla sobre Satanás.
Varias semanas luego de estudiar al objetivo, el príncipe de los incrédulos detalló los itinerarios que seguía el pastor Salazar, sobre todo los domingos, debido a que en un domingo el príncipe de los incrédulos iniciaría con él la limpieza de las religiones. Salazar no pasaba mucho tiempo en su casa, excepto cuando dormía y a la hora del culto, por lo que su partida de este mundo tardaría un buen tiempo en planearse y otro buen tiempo para realizarse. Pero el príncipe de los incrédulos no es un joven complicado. Simplemente, ocultará en su chaqueta un puñal, esperará el momento indicado y atravesará con él, el corazón del pastor. Luego de eso escaparía en el lugar menos esperado, limpiaría de sus huellas el mango del puñal y lo lanzaría a las montañas de la región cafetera. Después guardaría las ropas que usó al asesinar a Salazar y se las volvería a poner el día en que vuelva a matar.
Por esos días en la universidad comenzaron los exámenes finales y el príncipe de los incrédulos no obtuvo resultados decentes, era su merecido, por estar obsesionado en acabar con las religiones y no prestarle atención a sus estudios. Cuando recibió sus resultados, se dio cuenta de que sus padres no lo seguirían manteniendo lejos de casa, y tendría que continuar sus estudios en una universidad poco prestigiosa en su pueblo natal. Faltan dos semanas para que el príncipe de los incrédulos regrese a su pueblo, por lo que decidió alterar sus planes y no dejar que Salazar siguiera vivo después del sábado.
El gran día llegó y como era de costumbre, Salazar no llegó a su casa sino media hora antes del culto, los próximos diez minutos eran vitales porque después, Salazar se pararía enfrente del garaje de su casa para saludar a los fieles. El príncipe de los incrédulos tomó un cuchillo muy afilado usado por la arrendadora para cortar carne cruda, puso un pañuelo alrededor del mango y guardó el cuchillo en un bolsillo dentro de su chaqueta. Salió a la casa de Salazar, y tocó el timbre. El pastor abrió y el príncipe le pidió que le dejara pasar con el pretexto de que iba a realizar una encuesta para un trabajo de la universidad. Salazar lo dejó pasar y le dio la espalda para caminar hacia un sillón. Pero se dio cuenta de un detalle… El joven no llevaba carpetas, papel o algo para escribir. El príncipe empuñó el cuchillo dispuesto a atravesar el corazón del pastor, pero éste se dio la vuelta y el príncipe de los incrédulos no pudo enterrar el cuchillo en el corazón, de hecho lo hizo en el brazo izquierdo, la punta del cuchillo salió por el otro lado del brazo.
Meses después el príncipe de los incrédulos se vio en medio de paredes blancas, estaba internado en un hospital siquiátrico. El cuchillo con el que casi le destroza un músculo al pastor, le causó también una infección, luego engangrenó el brazo y hubo que amputarlo. Debido a las secuelas, el pastor instauró una demanda y el príncipe de los incrédulos fue condenado a cinco años de cárcel. Cuando llegó a la prisión, los demás reclusos se asombraron al saber los detalles de la vida del príncipe, además de su comportamiento, ya que no hablaba y comía poco. En una noche, un interno iba a apuñalarlo, para esto se había escondido en la celda del príncipe y esperó a que éste llegara. Al siguiente día, aquel presidiario amenazaba con suicidarse, y el príncipe de los incrédulos lo miraba mientras que se reía con desgarradoras carcajadas. Luego de varias pláticas con el sicólogo, fue declarado demente, y por consiguiente, fue trasladado al hospital siquiátrico.
Luego de unos meses, entró un siquiatra al cuarto del príncipe de los incrédulos, después de las preguntas rutinarias, éste comentó:
-Ya sé como ser Dios-dijo el príncipe de los incrédulos, con una mirada fija y penetrante en ningún lugar
-¿Cómo?-preguntó sereno el siquiatra, sus otros pacientes inventaban cosas similares, por lo que se había acostumbrado a comentarios como esos
-Usted sabe que los ojos son las ventanas del alma ¿no?-dijo el príncipe
-Continúe
-Cuando uno se ve en el espejo, si se ve a los ojos mirará su reflejo, como si fuese un espejo. Entonces si el alma sale por los ojos, se reflejará infinitamente en mis ojos y en el espejo, como sucede cuando usted ubica un espejo frente a otro
-¿El infinito?
-Exacto, mi alma se reflejará infinitas veces y como Dios es infinito, me convertiré en Dios.
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